En esta tercera entrega os traigo un artículo de Padre
Fernando Pascual* que me ha parecido especialmente directo, claro y realista,
respecto a lo que se está “cociendo” en torno al debate sobre el embrión humano.
Si al terminar de leerlo te parece que “vale la pena” promocionar
los apoyos para defender al embrión en Europa difúndelo a tus amistades
animándolas a sumarse. Al final hay un enlace para firmar la iniciativa.
Les llaman "preembriones", dicen
que son "sobrantes", que deben ser "útiles", que hay que
"experimentar con ellos". Y son humanos.
Fernando Pascual
El debate actual sobre la licitud ética del uso de embriones
para la investigación refleja aspectos importantes de la mentalidad científica.
Los investigadores tienen un deseo insaciable de saber.
Cuando conquistan una frontera, se plantean en seguida cómo llegar a la
siguiente. Cuando curan una enfermedad, buscan en seguida estrategias para
curar otras o para “amortiguar”, si eso fuese posible, el mismo proceso natural
de envejecimiento que afecta irreversiblemente a todos los seres humanos.
La investigación médica de vanguardia desea encontrar la
solución a muchas enfermedades degenerativas. La investigación con células
madre (llamadas también estaminales) ofrece, en ese sentido, grandes
esperanzas. Estas células madre pueden proceder de embriones (en sus primeros
estadios de desarrollo), o de seres humanos más desarrollados (fetos, niños,
adultos). Normalmente es posible obtener células madre embrionarias a partir de
la muerte o de la destrucción de los embriones usados en ese tipo de
experimentos, a no ser que se desarrollen técnicas más seguras que eviten
cualquier daño al embrión del que se tomen tales células.
La investigación basada en células madre de adultos no
plantea en sí graves objeciones éticas. En cambio, se discute ampliamente sobre
la licitud ética de recurrir a células madre embrionarias, porque la obtención
de tales células implica destruir o dañar a los embriones.
¿Embriones humanos que son "subhumanos"?
Algunos defienden, sea a nivel divulgativo, sea a nivel
científico, el carácter “subhumano” de esos embriones. Desde 1984 se ha ido
difundiendo el término “preembrión” para denominar al embrión en sus primeras
fases de vida, dando a entender, con ese término, que estamos ante a una
especie de “prehombre”.
La sociedad puede asustarse si escucha que la investigación
destruye seres humanos. La sociedad, sin embargo, queda más tranquila si se les
dice que están siendo usados (y destruidos) preembriones en los laboratorios.
El estudio publicado a inicios de septiembre de 2007 por la
Autoridad Británica para la Fertilización y la Embriología (cuyas siglas en
inglés son HFEA) muestra claramente que el “uso” de embriones es aceptado
cuando se consigue convencer a la opinión pública del carácter subhumano de
tales embriones antes de que lleguen a cumplir 14 días de desarrollo.
"Total, si sobran..."
Otro argumento que se esgrime a favor de la investigación
sobre embriones es que muchos de ellos están destinados a una muerte
inevitable. En las clínicas de reproducción artificial “sobran” embriones.
Muchos de sus padres no quieren o no pueden ofrecerles una oportunidad de
continuar su existencia como a los demás embriones humanos.
¿Por qué no aprovecharlos, si su destino es una muerte
segura? Para algunos científicos, son “material biológico” muy interesante:
bien usado, servirá para descubrir y mejorar la medicina moderna. Incluso
algunos dicen que aprovechar esos embriones es dar un sentido a su muerte,
ofrecerles una “dignificación” para que su destrucción inevitable adquiera un
valor humanitario al dar esperanzas a tantos enfermos que esperan la ayuda de
la ciencia.
No faltan, sin embargo, científicos, bioeticistas, juristas,
pensadores y filósofos que defienden abiertamente que todo embrión es un ser
humano desde el momento de la fecundación. Estos autores consideran, por lo
tanto, que el embrión debe ser protegido: no es justo destruirlo o dañarlo para
permitir el “progreso” científico.
Ningún ser humano vale menos que los otros. Ningún ser
humano puede ser destruido para el bien de otros seres humanos.
Los que desean usar embriones atacan a estos autores como
poco serios. Piensan que los defensores del embrión usan ideas religiosas o
prejuicios anticientíficos. Algunos autores que quieren experimentar con
embriones afirman con decisión que los primeros estadios de nuestra vida no
fuimos más que un cúmulo desorganizado de células sin ningún valor, y que poco
a poco se fue fraguando una estructura más compleja que permitió un día (no se
ponen de acuerdo en decir exactamente cuál) el que surgiese un ser humano que
empezó entonces a merecer respeto y protección.
No es difícil dar una respuesta a una discusión tan
compleja. Hay muchos intereses de por medio, y quizá este debería ser el primer
dato a considerar.
Examinemos quién tiene intereses
¿Qué ganan los que defienden la dignidad (el valor) del
embrión? Parece que muy poco. El que nazca un niño, o el que no se destruya un
embrión, no produce un gran beneficio a un filósofo o a un científico que
defienda a ese embrión.
¿Qué ganan, en cambio, los que atacan la dignidad de ese
embrión? Un laboratorio podrá ganar mucho, pues así podrá solicitar más fondos
para la investigación, será más cotizado en la bolsa, obtendrá fama, quizá
patentará algunos nuevos fármacos o incluso (donde no esté prohibido) patentará
líneas celulares.
Este primer dato es bastante indicativo: el hecho de que la
destrucción de embriones beneficie a unos y no a otros explica el interés de
algunos en negar el valor de esos embriones y en defender la “licitud” de su
destrucción para sus propios intereses “científicos”.
Pero esto no basta para probar que el embrión merece ser
respetado. Los que niegan la identidad humana de los embriones acusan, como ya
dijimos, a sus adversarios de no ser científicos, de no ser serios. Podemos
preguntarnos: ¿sólo los científicos tienen el monopolio de la verdad a la hora
de definir qué significa ser hombre? En un mundo pluralista sería lógico
escuchar a todos.
Creemos que también una madre y un padre que tienen varios
embriones congelados pueden decir si son un simple cúmulo de células o si son
sus hijos. Descubrir la relación que existe entre esos embriones y sus padres
nos abre a un nuevo horizonte de valores, nos hace entrever que esos embriones
son algo más que un “puñado de células”.
¿Y si los padres han muerto o rechazan a esos embriones?
También hay niños abandonados por sus padres (quizá fallecidos en
circunstancias dramáticas) y que son encontrados por otros adultos. En estos
casos la sociedad interviene en defensa de los niños abandonados. ¿No podemos
sensibilizar a la sociedad para defender a los embriones rechazados,
congelados, sometidos a un tratamiento gravemente peligroso para sus vidas?
Los experimentos que sean éticamente correctos
Los defensores de la experimentación con embriones no se
rinden. Dicen, como ya vimos, que no usar esos embriones provocará un gran
retraso para la ciencia, levantará una barrera oscurantista a la legítima
autonomía de la investigación.
Sabemos, sin embargo, que la ciencia debe aceptar límites
éticos que no puede superar sin deshumanizarse. Hoy día los ecologistas han
logrado que se respete a chimpancés, conejos y ratas de laboratorio, que no se
les haga sufrir, incluso en detrimento de la investigación científica. ¿Es que
son menos valiosos los seres humanos que los chimpancés? ¿Es que un embrión
humano puede ser destruido mientras que nos parece injusto el que los
laboratorios destruyeran huevos de pájaros en peligro de extinción?
La humanidad se encuentra ante un debate de enorme
importancia. La defensa de los embriones humanos o su minusvaloración enfrenta
dos modos de ver la vida y la muerte, la ciencia y la política, los derechos
humanos y la protección que merecen los más débiles. Ya se ha cometido una
enorme injusticia con la difusión del aborto. El desprecio hacia los embriones
se coloca bajo la misma perspectiva de quienes consideran a algunos seres
humanos como menos importantes que otros.
La defensa de los embriones y, consecuentemente, la lucha
por erradicar la injusticia del aborto, son un reto para los hombres de buena
voluntad. Esto implicará, desde luego, que algunos científicos no puedan llevar
a cabo todos los experimentos que tienen en agenda. Prohibirles investigaciones
que conllevan destruir seres humanos no es limitar injustamente su libertad.
Es, simplemente, indicarles el camino de una ciencia
verdaderamente ética: la que orienta el uso de su saber y del dinero que
reciben de la sociedad para defender cualquier vida humana, no para
destruir algunas vidas consideradas como “menos humanas”, aunque sea para el
beneficio de otras vidas humanas consideradas como superiores.
De este modo sus descubrimientos se basarán en el respeto a
los más débiles, y podrán construir una ciencia que esté, realmente, al
servicio de todos los hombres, sin exclusiones ni discriminaciones de ningún
tipo.
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*Profesor de
filosofía y de bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma),
ofrece reflexiones y artículos sobre filosofía, bioética, teología y
espiritualidad.
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