El mejor argumento, si es que se le puede titular como tal, a
favor de la investigación con seres humanos embrionarios (que se destruyen y
mueren tras extraerle las células necesarias para los experimentos) es apelar a
la ingente pléyade de posibilidades de curación de terribles enfermedades,
hasta ahora incurables, como la diabetes, el mal de Alzheimer, los accidentes
cerebrovasculares, el infarto del miocardio, la esclerosis múltiple, ...
Es conmovedor el celo bienhechor hacia el “humano doliente”
de los partidarios de continuar sacrificando embriones, pero que frustrante resulta
enterarnos que al momento actual seguimos todavía en el campo de las promesas a
pesar del alto precio pagado en vidas embrionarias.
Algunos dicen que está legitimado el uso de estos embriones
por ser sobrantes o excedentarios de los procesos de FIV argumentando que de
todas formas se perderían.
Le invito al lector a que intente imaginar que argumentarían,
esos defensores de la humanidad doliente, si se propusiera que, las tremendas y
penosas listas de sufrientes en espera de ser trasplantados (de pulmón, de hígado,
de corazón, de riñón, de córnea, o
médula ósea) y que no encuentran su órgano disponible, lo obtuvieran de los
muchos que se “pierden” de los ajusticiados por su indignidad para con la
sociedad. O que, la vida de los
indigentes y de los calificados como “escoria de la sociedad” no es de “calidad”
y no merece ser vivida por lo que la sociedad debería asumir que sus células y
órganos se destinaran a paliar las penosidades que padecen prohombres, genios y
artistas capaces de rendir una excelente rentabilidad social a la comunidad.
No, no me he vuelto loco, solo trato de construir una imagen
que se parezca a lo que reflejaría un espejo puesto delante de quienes
defienden que la
calidad de los derechos humanos debe ir en consonancia con tu tamaño corporal y con tu posibilidad de respirar por los
pulmones, y, además, que tendrás más o menos derechos en razón de la
nota que seas capaz de obtener luego de que alguien te aplique los criterios (muy
democráticamente elegidos) que deciden si tu vida vale, o no, la pena ser
vivida.
El ser humano se ha demostrado capaz de manipular,
trastocar, alterar y hasta eliminar la vida. Lo único que no puede ni podrá es
crearla. Si no es el hacedor de la vida no le es lícito mancillarla, ni degradarla,
ni eliminarla por muy elevados y generosos que sean los fines.
La vida no la dan los padres porque no poseen poder sobre la
misma, solo transmiten lo que a su vez
ellos recibieron por transmisión. Como una vela encendida que puede pasar “la
llama” a otras velas pero puede encenderse a sí misma. Es soporte y transmisora
(no autora) de su llama.
Terminamos con unas palabras de Fernando
Pascual
“La humanidad se encuentra ante un debate de
enorme importancia. La defensa de los embriones humanos o su minusvaloración
enfrenta dos modos de ver la vida y la muerte, la ciencia y la política, los
derechos humanos y la protección que merecen los más débiles. Ya se ha cometido
una enorme injusticia con la difusión del aborto. El desprecio hacia los
embriones se coloca bajo la misma perspectiva de quienes consideran a algunos
seres humanos como menos importantes que otros.
La defensa de los embriones y,
consecuentemente, la lucha por erradicar la injusticia del aborto, son un reto
para los hombres de buena voluntad. Esto implicará, desde luego, que algunos
científicos no puedan llevar a cabo todos los experimentos que tienen en
agenda. Prohibirles investigaciones que conllevan destruir seres humanos no es
limitar injustamente su libertad.
Es, simplemente, indicarles el camino de una
ciencia verdaderamente ética: la que orienta el uso de su saber y del dinero
que reciben de la sociedad para defender cualquier vida humana, no para
destruir algunas vidas consideradas como “menos humanas”, aunque sea para el
beneficio de otras vidas humanas consideradas como superiores.
De este modo sus descubrimientos se basarán
en el respeto a los más débiles, y podrán construir una ciencia que esté,
realmente, al servicio de todos los hombres, sin exclusiones ni
discriminaciones de ningún tipo.”
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