lunes, 25 de marzo de 2013

Investigación con embriones y III – a modo de conclusión


            El mejor argumento, si es que se le puede titular como tal, a favor de la investigación con seres humanos embrionarios (que se destruyen y mueren tras extraerle las células necesarias para los experimentos) es apelar a la ingente pléyade de posibilidades de curación de terribles enfermedades, hasta ahora incurables, como la diabetes, el mal de Alzheimer, los accidentes cerebrovasculares, el infarto del miocardio, la esclerosis múltiple, ...
            Es conmovedor el celo bienhechor hacia el “humano doliente” de los partidarios de continuar sacrificando embriones, pero que frustrante resulta enterarnos que al momento actual seguimos todavía en el campo de las promesas a pesar del alto precio pagado en vidas embrionarias.
            Algunos dicen que está legitimado el uso de estos embriones por ser sobrantes o excedentarios de los procesos de FIV argumentando que de todas formas se perderían.
            Le invito al lector a que intente imaginar que argumentarían, esos defensores de la humanidad doliente, si se propusiera que, las tremendas y penosas listas de sufrientes en espera de ser trasplantados (de pulmón, de hígado, de corazón, de riñón, de córnea,  o médula ósea) y que no encuentran su órgano disponible, lo obtuvieran de los muchos que se “pierden” de los ajusticiados por su indignidad para con la sociedad.   O que, la vida de los indigentes y de los calificados como “escoria de la sociedad” no es de “calidad” y no merece ser vivida por lo que la sociedad debería asumir que sus células y órganos se destinaran a paliar las penosidades que padecen prohombres, genios y artistas capaces de rendir una excelente rentabilidad social a la comunidad.
            No, no me he vuelto loco, solo trato de construir una imagen que se parezca a lo que reflejaría un espejo puesto delante de quienes defienden que la calidad de los derechos humanos debe ir en consonancia con tu tamaño corporal  y con tu posibilidad de respirar por los pulmones, y, además, que tendrás más o menos derechos en razón de la nota que seas capaz de obtener luego de que alguien te aplique los criterios (muy democráticamente elegidos) que deciden si tu vida vale, o no, la pena ser vivida.
            El ser humano se ha demostrado capaz de manipular, trastocar, alterar y hasta eliminar la vida. Lo único que no puede ni podrá es crearla. Si no es el hacedor de la vida no le es lícito mancillarla, ni degradarla, ni eliminarla por muy elevados y generosos que sean los fines.
            La vida no la dan los padres porque no poseen poder sobre la misma, solo transmiten lo que  a su vez ellos recibieron por transmisión. Como una vela encendida que puede pasar “la llama” a otras velas pero puede encenderse a sí misma. Es soporte y transmisora (no autora) de su llama. 
            Terminamos con unas palabras de Fernando Pascual
“La humanidad se encuentra ante un debate de enorme importancia. La defensa de los embriones humanos o su minusvaloración enfrenta dos modos de ver la vida y la muerte, la ciencia y la política, los derechos humanos y la protección que merecen los más débiles. Ya se ha cometido una enorme injusticia con la difusión del aborto. El desprecio hacia los embriones se coloca bajo la misma perspectiva de quienes consideran a algunos seres humanos como menos importantes que otros.
La defensa de los embriones y, consecuentemente, la lucha por erradicar la injusticia del aborto, son un reto para los hombres de buena voluntad. Esto implicará, desde luego, que algunos científicos no puedan llevar a cabo todos los experimentos que tienen en agenda. Prohibirles investigaciones que conllevan destruir seres humanos no es limitar injustamente su libertad.
Es, simplemente, indicarles el camino de una ciencia verdaderamente ética: la que orienta el uso de su saber y del dinero que reciben  de la sociedad para defender cualquier vida humana, no para destruir algunas vidas consideradas como “menos humanas”, aunque sea para el beneficio de otras vidas humanas consideradas como superiores.
De este modo sus descubrimientos se basarán en el respeto a los más débiles, y podrán construir una ciencia que esté, realmente, al servicio de todos los hombres, sin exclusiones ni discriminaciones de ningún tipo.”

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