Para continuar con nuestro particular pertrechado en
razones, os traigo un fragmento del artículo del profesor Vicente Bellver Capell* que describe magistralmente las
fuerzas (actores) que pesan en una desequilibrada balanza donde el embrión se
juega su dignidad y existencia. Al artículo entero se puede acceder pinchando aquí.
Política de las células madre: ¿Hacia dónde vamos?
Después de
resumir el estado de la ciencia de las células madre humanas, a continuación me
referiré a las posibles respuestas ante este desafío. En primer lugar, trataré
de las tendencias políticas dominantes con respecto a este nuevo campo de
investigación y, en el siguiente apartado, expondré los criterios que deberían
prevalecer en esta materia y las razones de los mismos.
La
política científica de las células madre está muy condicionada por sus
patrocinadores, que son inversores privados más que públicos. En los amplios márgenes de
tolerancia que ofrecen las leyes americana, británica y australiana, las
empresas biotecnológicas están haciendo inversiones astronómicas con la
confianza de amortizarlas y rentabilizarlas en el futuro mediante los royalties
que logren ingresar por las patentes que consigan. Estos
patrocinadores, junto con los investigadores, los medios de comunicación, los
comités de bioética y los gobiernos, constituyen la compleja trama de la
carrera científica, cuyo conocimiento es imprescindible para componerse una
imagen más o menos fiel del escenario en el que se desarrolla la investigación
con células madre.
Si
repasamos cada uno de los actores mencionados, observamos que todos ellos se encuentran
dominados por fuerzas que les impulsan a desarrollar o apoyar ese tipo de
investigaciones, más allá de cualquier consideración ética. Ya me he referido a
las empresas. Ellas están presionando sobre los
Estados y la opinión pública para que las trabas legales a este tipo de investigaciones
desaparezcan y para que puedan patentar las técnicas relativas a la obtención,
tratamiento y empleo de las células madre.
Los
científicos, por su
parte, tienen también grandes motivaciones para apoyar este tipo de trabajos.
El primero es la natural atracción que ejerce sobre un investigador la
posibilidad de conocer y dominar mejor la vida humana. A ello hay que
añadir la notoriedad social que genera un descubrimiento en estos campos
científicos con inmediata y enorme repercusión clínica. Además, los incentivos
económicos que los científicos reciben de las empresas llevan a cuestionar la
independencia e imparcialidad del científico a la hora de seleccionar las
líneas de investigación que va a desarrollar.
Los
medios de comunicación
están muy condicionados por los científicos y las empresas biotecnológicas. En
estos campos, más que en cualquier otro, los informadores están enteramente en
manos de quienes proporcionan los materiales informativos, sin que puedan tomar
la suficiente distancia para evaluar la licitud, calidad e interés de los
medios y los resultados de las investigaciones. En estos momentos, además, los
medios de comunicación vuelven a caer en la ingenua creencia de que el mundo
científico es completamente neutral y que sólo en el campo de las aplicaciones
tecnológicas es donde se deben hacer juicios de valor. Por lo demás, su
dependencia del público para su mantenimiento también condiciona su línea
informativa. Los medios saben que “vende” informar acerca de espectaculares
avances en el campo biomédico, aunque luego éstos no lo sean tanto; o contar
los casos dramáticos de personas que podrían haberse curado si se suprimieran
algunas trabas legales.
Los
comités de bioética
también tienen un protagonismo en la configuración de las políticas
científicas. Muchos de estos comités están influidos por el utilitarismo que,
por ser la corriente hegemónica en los Estados Unidos, extiende su influencia a
muchos otros. No se puede decir que la diversidad de paradigmas bioéticos
cuente con igual representación en el mundo. Por otro lado, algunos de estos
comités han sido creados por empresas o fundaciones privadas, que condiciona
mucho su imparcialidad. El caso más llamativo es el del comité bioético creado
por Geron, cuando ya había desarrollado las investigaciones que
condujeron a Thomson y Gearhart a lograr los cultivos de células madre
embrionarias en el laboratorio. Parece difícil de suponer que el informe que
este comité de bioética publicó con relación a estas investigaciones fuera a
criticarlas. En efecto, se limita a dar una cobertura justificadora a lo que
ya se había hecho.
La
sociedad civil ejerce
un papel de primera magnitud en la política sobre cuestiones biomédicas. Aquí las
posiciones se polarizan entorno a dos centros. El movimiento favorable a la experimentación
con embriones para obtener cuanto antes las células madre y disponerlas para su
uso clínico cuenta con el respaldo de algunas asociaciones de enfermos,
mientras que la posición favorable al respeto incondicionado al embrión se
apoya en los movimientos provida, entre cuyas filas militan también personas
que sufren graves enfermedades. Mientras los primeros son partidarios de
servirse de los embriones para llegar cuanto antes a la terapia de regeneración
celular, los segundos entienden que el recurso a los embriones no sólo es
inmoral, sino innecesario porque la vía de las células madre de adultos ya ha
acreditado su gran potencialidad, como se indicaba en el primer epígrafe. En un
caso, se entiende que el “profundo respeto debido al embrión” no es incompatible
con su destrucción en algunos casos, por entenderse que todavía no nos
encontramos ante un ser humano. En el otro, se estima que el embrión humano no
puede tratarse como si fuera simplemente un objeto. Ese respeto muchos lo
fundan en que el embrión es ya persona desde su concepción y, por tanto,
titular de los derechos humanos y, entre ellos, el derecho a la vida. Dentro de
esta misma posición, otros, en cambio, sin llegar a esa identificación entre
embrión y persona, mantienen la necesidad de ser completamente respetuosos con
el embrión por constituir el inicio de una vida humana.
A la vista
de este escenario sociopolítico, no es difícil concluir que existe una enorme
presión sobre las instancias legales para que se autorice la investigación con
los embriones sobrantes de las técnicas de fecundación asistida, e incluso su
creación ―por fecundación o clonación― para su uso en la investigación. Los beneficios económicos de las empresas, el lucro y la notoriedad de
los investigadores y los intereses los
terapéuticos de los enfermos pesan mucho en uno de los platillos de la
balanza, mientras que en el otro únicamente se encuentran los intereses de los
embriones, incapaces de defenderse por sí mismos, y la tradición jurídica hasta
el momento, que siempre se ha opuesto a la instrumentalización de los
embriones. En el último epígrafe me planteo si esa tradición jurídica de
protección al embrión era una cuestión puramente cultural que, al demostrarse
que los embriones pueden ser muy útiles para curar a otros, pierde su vigencia;
o es una cuestión de derechos humanos, que no puede ser alterada por ninguna
mayoría.
Continua...
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*Profesor Titular de Filosofía del Derecho en la
Universitat de València y miembro del Comité de Bioética de España
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