miércoles, 27 de marzo de 2013

Pertrecharnos de razones, II


            Para continuar con nuestro particular pertrechado en razones, os traigo un fragmento del artículo del profesor Vicente Bellver Capell*  que describe magistralmente las fuerzas (actores) que pesan en una desequilibrada balanza donde el embrión se juega su dignidad y existencia. Al artículo entero se puede acceder pinchando aquí.
Política de las células madre: ¿Hacia dónde vamos?
            Después de resumir el estado de la ciencia de las células madre humanas, a continuación me referiré a las posibles respuestas ante este desafío. En primer lugar, trataré de las tendencias políticas dominantes con respecto a este nuevo campo de investigación y, en el siguiente apartado, expondré los criterios que deberían prevalecer en esta materia y las razones de los mismos.
            La política científica de las células madre está muy condicionada por sus patrocinadores, que son inversores privados más que públicos. En los amplios márgenes de tolerancia que ofrecen las leyes americana, británica y australiana, las empresas biotecnológicas están haciendo inversiones astronómicas con la confianza de amortizarlas y rentabilizarlas en el futuro mediante los royalties que logren ingresar por las patentes que consigan. Estos patrocinadores, junto con los investigadores, los medios de comunicación, los comités de bioética y los gobiernos, constituyen la compleja trama de la carrera científica, cuyo conocimiento es imprescindible para componerse una imagen más o menos fiel del escenario en el que se desarrolla la investigación con células madre.

            Si repasamos cada uno de los actores mencionados, observamos que todos ellos se encuentran dominados por fuerzas que les impulsan a desarrollar o apoyar ese tipo de investigaciones, más allá de cualquier consideración ética. Ya me he referido a las empresas. Ellas están presionando sobre los Estados y la opinión pública para que las trabas legales a este tipo de investigaciones desaparezcan y para que puedan patentar las técnicas relativas a la obtención, tratamiento y empleo de las células madre.
            Los científicos, por su parte, tienen también grandes motivaciones para apoyar este tipo de trabajos. El primero es la natural atracción que ejerce sobre un investigador la posibilidad de conocer y dominar mejor la vida humana.  A ello hay que añadir la notoriedad social que genera un descubrimiento en estos campos científicos con inmediata y enorme repercusión clínica. Además, los incentivos económicos que los científicos reciben de las empresas llevan a cuestionar la independencia e imparcialidad del científico a la hora de seleccionar las líneas de investigación que va a desarrollar.
            Los medios de comunicación están muy condicionados por los científicos y las empresas biotecnológicas. En estos campos, más que en cualquier otro, los informadores están enteramente en manos de quienes proporcionan los materiales informativos, sin que puedan tomar la suficiente distancia para evaluar la licitud, calidad e interés de los medios y los resultados de las investigaciones. En estos momentos, además, los medios de comunicación vuelven a caer en la ingenua creencia de que el mundo científico es completamente neutral y que sólo en el campo de las aplicaciones tecnológicas es donde se deben hacer juicios de valor. Por lo demás, su dependencia del público para su mantenimiento también condiciona su línea informativa. Los medios saben que “vende” informar acerca de espectaculares avances en el campo biomédico, aunque luego éstos no lo sean tanto; o contar los casos dramáticos de personas que podrían haberse curado si se suprimieran algunas trabas legales.
            Los comités de bioética también tienen un protagonismo en la configuración de las políticas científicas. Muchos de estos comités están influidos por el utilitarismo que, por ser la corriente hegemónica en los Estados Unidos, extiende su influencia a muchos otros. No se puede decir que la diversidad de paradigmas bioéticos cuente con igual representación en el mundo. Por otro lado, algunos de estos comités han sido creados por empresas o fundaciones privadas, que condiciona mucho su imparcialidad. El caso más llamativo es el del comité bioético creado por Geron, cuando ya había desarrollado las investigaciones que condujeron a Thomson y Gearhart a lograr los cultivos de células madre embrionarias en el laboratorio. Parece difícil de suponer que el informe que este comité de bioética publicó con relación a estas investigaciones fuera a criticarlas. En efecto, se limita a dar una cobertura justificadora a lo que ya se había hecho.
            La sociedad civil ejerce un papel de primera magnitud en la política sobre cuestiones biomédicas. Aquí las posiciones se polarizan entorno a dos centros. El movimiento favorable a la experimentación con embriones para obtener cuanto antes las células madre y disponerlas para su uso clínico cuenta con el respaldo de algunas asociaciones de enfermos, mientras que la posición favorable al respeto incondicionado al embrión se apoya en los movimientos provida, entre cuyas filas militan también personas que sufren graves enfermedades. Mientras los primeros son partidarios de servirse de los embriones para llegar cuanto antes a la terapia de regeneración celular, los segundos entienden que el recurso a los embriones no sólo es inmoral, sino innecesario porque la vía de las células madre de adultos ya ha acreditado su gran potencialidad, como se indicaba en el primer epígrafe. En un caso, se entiende que el “profundo respeto debido al embrión” no es incompatible con su destrucción en algunos casos, por entenderse que todavía no nos encontramos ante un ser humano. En el otro, se estima que el embrión humano no puede tratarse como si fuera simplemente un objeto. Ese respeto muchos lo fundan en que el embrión es ya persona desde su concepción y, por tanto, titular de los derechos humanos y, entre ellos, el derecho a la vida. Dentro de esta misma posición, otros, en cambio, sin llegar a esa identificación entre embrión y persona, mantienen la necesidad de ser completamente respetuosos con el embrión por constituir el inicio de una vida humana.
            A la vista de este escenario sociopolítico, no es difícil concluir que existe una enorme presión sobre las instancias legales para que se autorice la investigación con los embriones sobrantes de las técnicas de fecundación asistida, e incluso su creación ―por fecundación o clonación― para su uso en la investigación. Los beneficios económicos de las empresas, el lucro y la notoriedad de los investigadores y los intereses los terapéuticos de los enfermos pesan mucho en uno de los platillos de la balanza, mientras que en el otro únicamente se encuentran los intereses de los embriones, incapaces de defenderse por sí mismos, y la tradición jurídica hasta el momento, que siempre se ha opuesto a la instrumentalización de los embriones. En el último epígrafe me planteo si esa tradición jurídica de protección al embrión era una cuestión puramente cultural que, al demostrarse que los embriones pueden ser muy útiles para curar a otros, pierde su vigencia; o es una cuestión de derechos humanos, que no puede ser alterada por ninguna mayoría.

Continua...

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*Profesor Titular de Filosofía del Derecho en la Universitat de València y miembro del Comité de Bioética de España

 

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