Estamos
viviendo un tiempo en el que, inexorablemente, cotas ‒otrora impensables‒
de inhumanidad e ignominia se van instalando en nuestra cotidianidad. Asumidas
sin visible actitud crítico-analítica, por la impunidad que les confiere el
hecho de no aparecer destacadas en los grandes medios de comunicación.
La visión
utilitarista y hedonista de la vida humana, mina, de raíz, los fundamentos que hicieron
posible la “redención” del ser humano ‒de la vida y dignidad humanas‒ tras los horrores e inhumanidades vividas en
la primera mitad de pasado siglo.
Ahora
mismo, en el punto álgido de la lucha partidista por el poder en España,
discutimos de miles de cosas ‒importantísimas sin duda‒ pero, para algunos, no todas de entre las más
importantes.
En el
famoso documento de las “doscientas medidas”, de 67 páginas, de 25.947 palabras,
suscrito entre Ciudadanos y el partido socialista; en tan solo 12 líneas y 135
palabras se sustancia, perpetúa y aumenta, la losa con que “la agenda de género”
progresista (sic), está silenciando, y queriendo enviar al ostracismo, a “algunos”
millones de españoles que nos horrorizamos de que la vida, de los más débiles e
indefensos de entre nosotros, se esté utilizando, y hasta eliminando, sin
resistencia social alguna. Me refiero, a las intenciones/propuestas que se hacen
sobre la Interrupción voluntaria del embarazo (sin eufemismos… ABORTO), la maternidad
subrogada (sin eufemismos… VIENTRES
DE ALQUILER), y la Ley de muerte digna (sin
eufemismos… EUTANASIA).
Desde luego que algo habrá que hacer, y sin
duda será primordial analizar los “porqués” de toda esta involución.
Y este sentir, es por lo que traigo hoy a
estas páginas, la reflexión interesantísima que leí ayer en http://www.profesionalesetica.org
de la profesora Alicia
V. Rubio Calle.
Toboganes
para niños desmembrados: de ojos y corazones
Escrito el 10/03/2016
La pendiente ética resbaladiza es una estrategia de
debate consistente en defender que una acción iniciará una serie de
sucesos posteriores inevitables que culminarán en un indeseable evento final
al modo de la caída de las fichas de dominó. En muchos casos se tacha este
argumento de falacia por el hecho de que se presuponen concatenaciones de
acontecimientos que pueden no ser necesariamente sucesivos, o que no implican
irremediablemente el resultado final al que se apela. La comparación con una
pendiente es porque se infieren consecuencias negativas que hacen deslizarse
hacia catástrofes finales en un movimiento descendente y con un frenado casi
imposible una vez comience el proceso. Un tobogán que, en el caso del
aborto, no ha sido una falacia, sino un hecho.
Comenzamos nuestro resbalar por el tobogán de la
iniquidad asumiendo que un cigoto no es un ser humano y que, por ello, se
le podía eliminar, pese a su código genético único y su potencialidad que
le hace, incluso, ser sujeto de derecho en una herencia: derecho a tener pero
no derecho a ser. No es visible. No tiene aspecto humano. “Ojos que no ven,
corazón que no siente”.
Seguimos tomando velocidad con la aceptación de
derechos contrapuestos entre un niño y su madre, dando por vencedora
siempre a la madre en desigual liza donde uno de los contendientes siempre
pierde la vida. Asumimos que la madre no es capaz de amar a un hijo
imperfecto y que el niño nos agradece su eliminación para evitarle una
vida que catalogamos como inútil e indigna y, con la firme decisión de hacer
un favor a ambos, eliminamos “el problema”. El feto desmembrado comienza a
tener un inquietante aspecto humano. Suponemos que no sufre. “Corazón que no
siente, ojos que no ven” pensamos. Y cerramos los ojos.
Resbalando a un ritmo vertiginoso nos encontramos
con niños viables que, tras el aborto, se niegan a morir y se les abandona
en las bandejas de despojos hasta que dejan de respirar. Su pecado, el
final de sus derechos, comienza con el desafecto de su madre: no les quiere.
La sociedad más “humana” y sensible de la historia de la humanidad tampoco
los quiere. A algunos se les clava, humanitariamente, una tijera en el
occipital para terminar antes. ¿Ojos que no ven? ¿Corazón que no siente? La
velocidad del trayecto nos ha dejado sin ojos y sin corazón.
Ya en el último tramo de esta caída libre hacia el
Taigeto tecnológico del desprecio de la vida humana, vemos el final del
tobogán, de la pendiente ética a la que nos hemos dejado empujar y que ya no
es falacia, sino hecho consumado: multinacionales que venden, a trozos,
los niños abortados. Ni los nazis más imaginativos, que ante la enorme
cantidad de cadáveres humanos producidos se esmeraron en darles una salida
comercial, podrían haberlo hecho mejor. Y no olvidemos que, cuanto más
formados estén los niños asesinados, mejor “material de venta” se
obtiene. Embotados completamente por una caída vertiginosa somos
incapaces de entender que hay ojos que no ven y corazones que ya no sienten a
un precio asequible. Pensamos que no son los nuestros. Quizá, también son los
nuestros. Nos queda el último tramo: de vender para aprovechar, a matar para
vender.
Incapaces de frenar a esta sociedad que se despeña
en la miseria entre cadáveres de niños desmembrados, que corre, alocada,
hacia la muerte por mera estadística demográfica, que resbala alegre y
confiada hacia un progreso distópico de mercancías humanas sin dedicar una
mirada al frente, algunos vemos que, en el foso al que nos dirigimos, se
comercializa, ya legalmente y con precios estipulados, con pedazos de
seres humanos asesinados para tal fin.
Estamos cerca del final del tobogán. Sólo si
millones de manos se aferran a ese resto de humanidad que aún nos queda,
frenando la caída, podremos evitar el último trayecto de este viaje a la nada
más horrible. Y, poco a poco, ir subiendo hacia ese punto de partida donde la
vida humana aún era respetada y cada ser humano, en cualquier etapa de su
vida, era considerado UNO DE NOSOTROS. ONE OF US, dos millones de
manos de toda Europa tratando de parar la locura, tratando de volver al
origen. Porque sólo si salimos completamente de esta pendiente ética podemos
impedir que volvamos a resbalar. Ayúdanos.
Difícil misión abrir un debate sobre algo cruel y
desagradable. Un debate que encoge el corazón. Un final del viaje que es mejor
no ver.
¿Hablamos de la vida humana o seguimos sin ojos para
esos corazones a precio de casquería?
Alicia V. Rubio Calle
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