Casi todo el mundo sabe lo que significa la enfermedad, por haberla padecido o experimentado en algún momento de su vida. El dilema se plantea cuando hay que definir la salud. Cada persona tiene su propia percepción, su idea de lo que es la salud, de acuerdo con lo que considera normal, en relación con el concepto vigente en su grupo social.
La palabra salud procede de los términos latinos “Salus” y “Salvatio”, que quieren decir, salud y salvación. A lo largo de la Historia nos vamos encontrando con concepciones que intentan explicar la salud, bien como una situación relacionada con la enfermedad o bien a través de un conceptos mágicos – religiosos. En relación con la primera concepción, que es la que ha venido prevaleciendo durante mucho tiempo la salud ha sido definida en términos negativos como la ausencia de enfermedad o invalideces. En la actualidad todo el mundo está de acuerdo en que esta definición no corresponde a la realidad y no es operativa, básicamente, porque para definir la salud en términos negativos, hay previamente que trazar el límite entre lo normal y lo patológico, y ello no siempre es posible, porque los conceptos de normalidad varían con los tiempos y lo que hoy es considerado normal, mañana puede que no lo sea y porque las definiciones negativas no son útiles en las ciencias sociales: la salud no puede definirse como la ausencia de enfermedad o invalideces, lo mismo que la riqueza no es la ausencia de pobreza, o la paz, la ausencia de guerra.
Por ello la OMS en su Carta Magna o Carta Constitucional (1946), definió la salud como "el estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones. o enfermedades".
Esta definición marcó un hito en su momento, porque por primera vez se definía la salud en términos afirmativos positivos; se consideraba la salud como “completo bienestar”; y porque no sólo hacía referencia al área física del ser humano, sino que, por primera vez, se incluían las áreas mental y social.
Sin embargo pronto se reconoció que, aunque presentaba unos aspectos muy positivos e innovadores, también presentaba aspectos negativos o criticables. En principio equiparaba bienestar a salud, lo cual no siempre es verdad, se trataba más de un deseo que de una realidad y por último era una definición estática, ya que sólo consideraba como personas con salud las que gozan de completo bienestar físico, mental y social. La salud debía ser dinámica y no estática, existiendo diferentes grados de salud.
Pronto empieza a haber detractores y muchos autores, entre ellos Breslow y Terris, no están de acuerdo con la definición de la OMS, a la que consideran utópica, estática y subjetiva. Milton Terris propone modificar la definición de la OMS y definir la salud como “un estado de bienestar físico, mental y social con capacidad de funcionamiento y no únicamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Básicamente, su desacuerdo con la definición de Salud, propugnada hasta ahora por la OMS, se fundamenta en dos pilares: que la salud no es un concepto absoluto, es decir, que existen diferentes grados y que palabra completo debería desaparecer.
Lluis Salleras, Director de Salud Pública, propone entonces un concepto de salud dinámico y lo define como "el logro del más alto nivel de bienestar físico, mental y social con capacidad de funcionamiento, que permitan los factores sociales en los que vive inmersos el individuo y la colectividad (vivienda, educación, ocupación, nivel de renta,)". Ya no existe la palabra completo, se limita a que exista aquel bienestar que nos permita funcionar, participar en nuestra sociedad.
Y así viendo la OMS, la subjetividad, estaticidad y lo utópico que resulta su definición, si bien no la modifica de su Carta Constitucional (1946), sí empieza a adoptar un concepto más dinámico de salud. En la Conferencia de Alma Ata (1978), durante la formulación de su estrategia "Salud para todos en el año 2000”, ya no encontramos la palabra "completo", señalándose como objetivo para este año "que todos los habitantes de todos los países del mundo tengan el nivel de salud suficiente para que puedan trabajar productivamente y participar activamente en la vida social de la comunidad donde viven". Ya no se habla de bienestar completo físico, psíquico y social, resulta una utopía. Pasamos del excelso estado de bienestar, a considerarse salud, aquel estado que nos permita trabajar, producir y participar en nuestra colectividad. Pasamos del sobresaliente al aprobado por los pelos.
En la actualidad el término “salud” esta asociado a un patrón ajustado a determinados parámetros físicos, biológicos y psicosociales que debe cumplir un determinado individuo o grupo de individuos, para ser considerado “saludable” es decir dentro del rango llamado “normalidad biológica”. Es decir que nos podríamos considerar sanos si disfrutásemos de un estado de bienestar, como el 70-80% de la población, como el de la mayoría de la colectividad, y enfermos si estamos incluidos en el 20-30% y situados en los extremos de dicha distribución. La salud nos lo marca el estado de la mayoría de los individuos. Por lo tanto, tendríamos salud, si nos encontramos como se encuentra la mayoría de los individuos que conforman nuestra sociedad.
Como vemos una concepción de la salud muy diferente a la de mediados del siglo XX y a la que han contribuido las muchas aportaciones de estudiosos, científicos, médicos, pensadores, epidemiólogos, etc. y que difiere extraordinariamente de aquella inicial, de hace casi 70 años, en la que, atendiendo a su concepción, nadie podría estar sano. Todos presentarían en cualquier momento una alteración, que afectara al completo bienestar, en sus vertientes física, psíquica o social. El concepto de hoy en día, está más en consonancia con la realidad y se ajusta a la noción que cada uno tiene de su estado de salud. “Estoy bien porque puedo trabajar, puedo relacionarme, puedo participar actívamente en mi colectividad”. Nuestro estado de bienestar puede presentar distintos estadios, mayor o menor, pero en cualquiera de ellos, consideramos que tenemos salud.
Es por tanto normal, que con los tiempos, y tras las comprobaciones oportunas, tras intensos debates y tras puestas en común por las autoridades mundiales, vayamos incorporando, todas las actualizaciones a las diferentes esferas de nuestra sociedad. Pero hay ciertos aspectos que no parecen interesar, y uno de ellos es el concerniente a la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo.
No hace falta adentrarse mucho en su lectura, en el título preliminar en concreto, ya empezamos a detectar la intencionalidad de la misma. En su “artículo 2. Definiciones”, textualmente leemos: “A los efectos de lo dispuesto en esta Ley se aplicarán las siguientes definiciones:
a) Salud: el estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.”
¿Pero bueno? ¿Esto que es? A partir de aquí ya todo da igual. Nada de lo que comentado sirve ya. Todas las aportaciones realizadas en estos 70 años se diluyen. Si esta es la definición de salud, sobre la que aplicamos la Ley, en el año 2010, ¿qué solidez, validez y fiabilidad tiene la misma?. Pues las otras preguntas: ¿quién estará sano?, ¿quién no podrá acogerse a la Ley por un trastorno de su bienestar físico, psíquico o social?, estas cuestiones ya están de más. Realmente, esto sí que es un “concepto complejo”, parafraseando a algún/alguna ilustre/ilustra/ilustro. ¡¡Es una Ley de otro talante!!!
Alfonso Alejo López, voluntario comprometido con el Derecho a Vivir.
Médico.
.