Desde el blog http://ivafetica.blogspot.com.es
traemos el extraordinario trabajo que publica Javier Mandingorra Dr. en Ciencias Químicas y
Psicólogo Clínico perteneciente al Instituto Valenciano de Fertilidad,
Sexualidad y Relaciones Familiares -IVAF-
Muy en línea de la temática que venimos trayendo
para potenciar sensibilidades de adhesión hacia la campaña europea “Uno de
Nosotros”. Por su extensión lo pondremos en dos “entregas”
FECUNDACION,
CLONACION, GENOMA Y CELULAS MADRE: UNOS CRITERIOS ETICOS [1
de 2]
La
fecundación artificial
No buscamos ahora esbozar un cuadro global de los
continuos progresos que se han dado en el ámbito de la reproducción
artificial, sobre todo desde que se empezó a aplicar la fecundación ‘in
vitro’ a la especie humana, una práctica que tiene como punto de
arranque simbólico el nacimiento de la primera ‘bebé probeta’ (Louise Brown) en
1978.
Una vez que la técnica se ha introducido ampliamente
en el mundo de la procreación humana y que ha generado grandes esperanzas entre
quienes desean tener un hijo, millones de personas han recurrido y siguen
recurriendo a las clínicas de fertilidad. En muchos casos, se trata de parejas
(casadas o en unión libre) afectadas por diversos problemas de esterilidad. En
otros casos, sobre todo desde hace pocos años, también acceden parejas que no
quieren tener un hijo con una enfermedad genética determinada, o que desean
conseguir con certeza un hijo dotado de ciertas características escogidas
previamente (según motivos ‘médicos’ o de otro tipo).
Para contentar al mayor número posible de personas,
los investigadores ofrecen diversos caminos para alcanzar el resultado
solicitado por los padres (o por una mujer en solitario). La lista de posibilidades
técnicas es larga: inseminación artificial (homóloga o heteróloga), fecundación
in vitro (con la posibilidad de congelar a los “embriones sobrantes”)
con sus diversas variantes (ZIFT, TET, ICSI, SUSM), diagnóstico
preimplantatorio, donación de embriones y de óvulos, etc.
Los gobiernos y los
parlamentos han intervenido, en ocasiones con poca competencia técnica y con
escasa atención a los principios éticos en juego, para regular este nuevo
ámbito de la medicina. La línea seguida en muchas leyes ha sido la de contentar
al mayor número posible de personas, dejando de lado el respeto debido a la
vida o la salud de los embriones, u olvidando cuál sea la modalidad
correcta de ayudar (no sustituir) a los padres en su dimensión procreadora.
En esta carrera por contentar todas las peticiones,
no se ha ofrecido la suficiente atención al tema que sería más importante: el
problema de la esterilidad. La mayor parte de las técnicas usadas no curan
la esterilidad, sino que establecen un dominio del laboratorio sobre la
generación de nuevas vidas humanas.
Los resultados han sido y siguen siendo dramáticos.
Aunque han nacido miles y miles de niños gracias a la fecundación in vitro,
se calcula que en muchos casos por cada niño nacido con la FIVET o la ICSI
han fallecido, en el camino, unos nueve embriones. Se ha llegado a
peticiones absurdas y discriminatorias: se pide un niño de una raza
determinada, o con un ADN concreto; o incluso, el caso fue real, se llegó a
solicitar la ‘producción’ de un hijo que fuese completamente sordo para
contentar a una pareja de lesbianas que también eran sordas.
Cientos de miles de embriones están congelados a más
de 190 grados bajo cero en espera de lo que decidan sus padres, o se encuentran
en estado de completo abandono. Se crean debates jurídicos sumamente complejos,
por ejemplo si un hijo quiere saber quién fue su padre (un donador anónimo de
esperma), o si una lesbiana exige ser pagada por el padre (legalmente anónimo)
de un hijo obtenido a través de inseminación artificial, o si una mujer que
donó sus óvulos quiere luego conocer la identidad de los hijos nacidos gracias
a ella.
Ante esta situación, es necesario un esfuerzo serio
y eficaz, a través de una educación capilar y de leyes bien elaboradas, para que
ningún hijo empiece a existir como simple resultado de la intervención técnica,
y para que nunca sean usados, en la procreación, gametos de donadores anónimos.
En otras palabras, hace falta una campaña orientada a suprimir las técnicas de
fecundación extracorporal (sobre todo las más usadas, FIVET e ICSI) y a
prohibir la donación de esperma o de óvulos.
Presentar de modo adecuado por qué muchas
técnicas de fecundación artificial violan el respeto debido al embrión en
su vida/salud y en el modo correcto de transmitir la vida (en el matrimonio,
como fruto del amor, entre los esposos) es uno de los grandes retos de la
bioética. Al mismo tiempo, hay que educar a los jóvenes y a los adultos en el
respeto hacia la fecundidad, indicando qué comportamientos pueden dañar el
funcionamiento correcto del propio sistema reproductivo, y cuáles permiten
conservarlo en buenas condiciones, lo cual llevaría a una disminución notable
de la esterilidad y de la infertilidad. Ello no implica dejar de lado la
investigación sobre aquellas técnicas que permitan curar a las parejas que no
pueden tener hijos, siempre que tales técnicas respeten el sentido genuino de
la procreación humana.
De la mano de lo anterior, es urgente mejorar los
sistemas de adopción de forma que pueda ofrecerse a tantos miles de hijos
abandonados el cariño de parejas que los acogerán con un profundo sentido de
responsabilidad, según un criterio que recomiendan algunos especialistas en el
tema: la adopción es dar un hijo a unos padres, pero sobre todo es dar unos
padres a un hijo.
Células
madre (troncales) y medicina regenerativa
Una de las fronteras más recientes de la medicina
contemporánea consiste en la búsqueda de caminos para reparar órganos y tejidos
humanos que hayan sufrido daños por diversas causas (enfermedades o
accidentes). Para ello, se está trabajando, y ya se ha llegado a algunas
aplicaciones concretas, en el estudio de cultivos de diversas líneas celulares.
Tocamos así el tema de las investigaciones con células madre o células
troncales (en inglés, Stem cells), un ámbito relacionado con las
posibles aplicaciones que tales investigaciones tendrán en el ámbito de la
medicina regenerativa.
La bioética se encuentra ante estudios y
experimentos de no fácil comprensión y con noticias que provocan en la opinión
pública un vivo interés, en parte por las esperanzas de curación ante
enfermedades sumamente graves (como el Alzheimer), en parte por los debates
ante los medios usados para obtener células madre.
De un modo genérico, podemos decir que las células
madres pueden tener dos orígenes: desde células extraídas de individuos con un
suficiente desarrollo fisiológico (fetos, niños, adultos), o desde células
obtenidas a través de la destrucción de embriones. Las primeras reciben el
nombre de células madre adultas, y las segundas son conocidas como células
madre embrionarias. Podrían darse más posibilidades, por ejemplo, conseguir
células madre desde embriones sin destruirlos, o ‘reprogramar’
(desespecializar) células madre adultas hasta convertirlas en células madre
embrionarias, etc.
Aquí podemos ofrecer un criterio que vale, en
general, para cualquier tipo de experimentación: nunca puede ser justo un
experimento que implique daños graves en los seres humanos que participen en
tal experimento. Este criterio se aplica en dos perspectivas: no es
correcto perjudicar (o incluso destruir) la vida de un ser humano en vistas a
curar (potencialmente) a otro; y no es correcto poner en marcha un experimento
potencialmente terapéutico para un enfermo si los riesgos del mismo son muy
elevados, tanto que llegarían a neutralizar los beneficios esperados.
Desde esta perspectiva, resulta claro que nunca será
justo obtener células madre embrionarias desde la destrucción de embriones.
Todos aquellos grupos de presión que piden con insistencia que sea posible usar
los mal llamados ‘embriones sobrantes’ están simplemente defendiendo que unos
seres humanos tengan permiso para destruir y usar como si se tratase de
animales de laboratorio a otros seres humanos, los más débiles, los más
frágiles, los más necesitados: los embriones.
Igualmente será injusta cualquier técnica que
intente producir embriones humanos simplemente para usarlos (y destruirlos)
luego en diferentes tipos de experimentos. Como también es injusto cualquier
experimento que implique manipular óvulos hasta el punto de activarlos a través
de una transferencia nuclear o de otra manera, si no existe certeza (una
certeza difícilmente alcanzable) que tales óvulos no se han convertido en
embriones humanos, aunque estén tan ‘dañados’ que sea imposible que se
desarrollen de modo correcto. La breve existencia de un embrión,
intencionalmente ‘fabricado’ como no viable según la técnica usada, no otorga
ningún permiso para usarlo como objeto, como material biológico de interés para
los laboratorios.
Respecto de las células madre adultas (obtenidas
desde seres humanos suficientemente desarrollados) hay muchas esperanzas y no
existen objeciones éticas graves, pues en principio resultaría posible
obtenerlas sin provocar daños en el donante. Queda por recordar que el uso de
tales células debe realizarse con la máxima certeza (alcanzable dentro de los
límites de la ciencia empírica) de que no se vayan a producir daños en quienes
las reciban en un transplante.
Para este tema, como para cualquier experimentación
realizable desde seres humanos y sobre seres humanos, vale la idea según la
cual no todo lo técnicamente posible se convierte de modo automático en algo
moralmente aceptable.
La documentación sobre las células madre es enorme.
Como fuente informativa y como reflexión ética es útil el siguiente estudio: J.
Suaudeau, Le cellule staminali: dall’applicazione clinica al parere etico,
inPontificio consiglio per la famiglia, Famiglia e questioni etiche,
volume 2, EDB, Bologna 2006, 309-418 (con una amplísima bibliografía
actualizada).
Puedes
apoyar con tu firma la iniciativa europea, en:
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