miércoles, 1 de mayo de 2013

Hablar de preembriones como algo sustancialmente distinto de cualquiera de las otras etapas del desarrollo de un ser, no es más que una trampa que solo cuela entre los incautos y de la que se aprovechan los cínicos, ventajistas e inmorales que hacen buenos y opulentos negocios.


Se pongan como se pongan los que le quieren buscar “tres pies” al gato solo se toparán con la tozuda realidad de que solo haciendo trampas, si le arrancan una de las patas, encontraran gatos de tres pies. Hablar de preembriones como algo sustancialmente distinto de cualquiera de las otras etapas del desarrollo de un ser, no es más que una trampa que solo cuela entre los incautos y de la que se aprovechan los cínicos, ventajistas e inmorales que hacen buenos y opulentos negocios.
Y es que la vida, toda vida y cualquier vida empieza “cuando empieza” y no a trozos, ni por etapas, ni como una sucesión de escalones. Zigoto, mórula, embrión, feto, lactante, infante, niño, adolescente, joven, adulto, maduro, mayor, anciano, etc... no son más que divisiones o etapas del desarrollo artificialmente parceladas para poder abordar un conocimiento particular de un momento dado de una única y misma vida.
Todo esto viene a propósito de la noticia que he leído el en Aciprensa referente a que una institución aparentemente de católicos se sale de la “ortodoxia” oficial de la iglesia católica en relación a la ilicitud de cualquier forma de legitimación ética o jurídica del aborto.
El artículo en cuestión se titula “Cataluña financia organización de bioética pro aborto con miembros católicos”. Se refiere al  Instituto Borja de Bioética, y el detonante parece que haya sido el hecho de recibir una sustancial financiación económica, por aquello de que “nuestro dinero” colabore en promocionar la cultura de la muerte. El articulista, pone ante los ojos del lector el contrasentido de unas biografías personales de pertenencia a la Iglesia Católica y la defensa en “determinadas circunstancias” del aborto (casos de violación) o la negación al ser humano antes de su “implantación” del estatuto de “persona humana” y por tanto acreedor todos y cada uno de los “derechos humanos”.

En su análisis, el articulista hace sus reflexiones refiriéndose a un documento  del Instituto Borja de Bioética publicado en octubre de 2009,  Consideraciones sobre el embrión humano”.
El tal documento es, desde luego, incongruente con la doctrina “medular” de la Iglesia Católica desde siempre “defensora sin fisuras” de la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, razón por la cual me siento orgulloso de pertenecer a ella.

Algunas “perlas del tal documento son:

En la elaboración de este documento, hemos hecho un ejercicio de diálogo bioético y, por tanto, nuestra opinión es el resultado de la interacción e integración de los distintos puntos de vista de los miembros del GIB”

La intención de “interacción e integración” es loable, pero no cuela, porque, ante la realidad que se puede ver, palpar o intuir, no son aplicables criterios de consenso. No hay necesidad de consensuar que el blanco es blanco o que el negro es negro.

“Es muy discutible el acuerdo de denominar embrión humano a realidades que aún no lo son, como el zigoto humano, la mórula o el blastocisto”

Dejando de un lado que el problema no va de “acuerdos” (como razonaba hace un momento), lo que no cabe la más mínima duda es que el embrión humano es la misma vida que se inició cuando era solo un zigoto unicelular y seguirá siendo la misma vida cuando pase por las sucesivas etapas de su desarrollo vital siempre y cuando no se la quiten en “razón de consensos acerca de si es o no es “quien ya es”.

“Es difícil establecer fronteras claras entre los estadios de desarrollo, pero se pueden distinguir fases sustancialmente diferentes. Este planteamiento actual de la biomedicina conecta bien con el pensamiento tradicional en este tema”.

Las fronteras no son claras porque no existen, son solo circunstanciales a la ocupación intelectual que nos demanda el estudio de una determinada etapa de la vida del ser humano. Las fases del desarrollo no son “sustancialmente diferentes” porque todas ellas comparten la misma vida sustanciadora (válgaseme el forzado del apelativo); son solo y nada más que “circunstancialmente diferentes”.

“Efectivamente, sería una contradicción invocar la ciencia (la genética, exclusivamente) para argumentar a favor de que hay persona humana desde el momento de la fecundación y, a su vez, denegar las aportaciones más compartidas por los científicos sobre este punto”

Aquí habría que decir aquello de “niego la mayor”. Está yendo contra los que invocan a la ciencia (no solo la genética, por cierto) para su argumentación en base la existencia de aportaciones científicas que le parecen más válidas solo porque (según él) son “más compartidas”. Y “vuelta el agua al molino”,  ...que la verdad, y especialmente la verdad científica no es una cuestión de “cuantos” es una cuestión de “demostrabilidad” (vuelvo a invocar la comprensión del lector para el término).

 “Para unos, el embrión humano hay que considerarlo como persona desde el momento de la fecundación; para otros, el embrión humano no puede ser considerado una persona desde el momento de la fecundación, sino en posteriores estadios del desarrollo embrionario y fetal, y para algunos, incluso, después del nacimiento”

El ser persona es algo “inherente” y consustancial con la propia existencia del ser humano. Como todos los “derechos humanos” el “estatuto del ser personal” no es una cuestión “graciable” o dependiente de “consideración alguna”.
¿Puede, o debe, alguien cuestionar si YO soy “más o menos” yo, o “cuánto” yo soy, o si “he empezado o no” a ser yo?

“La Resolución 1607 aprobada por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en abril de 2008 considera que el aborto no debe prohibirse dentro de unos plazos razonables de la gestación, por el hecho de que la prohibición no logra reducir el número de abortos”.

La asamblea Parlamentaria Europea, y los autores del documento que estamos analizando, son muy libres de considerar lo que les parezca oportuno, pero quizás se les pudiera exigir coherencia en tan breve como falaz argumento. El que la prohibición no logre reducir el número de abortos no puede ser un argumento para la permisividad porque es vacuo en sí mismo “porqué quieres que se reduzcan si los consideras permisibles”  y, además, la liberación ¿los ha reducido? o están dolorosamente disparados.

“Queremos hacer constar que, aun aceptando una razonable intervención técnica en orden a facilitar el proceso reproductivo cuando existen dificultades o problemas que lo justifiquen, consideramos importante la adecuada valoración de los procesos naturales ante la creciente banalización de la reproducción humana, el recurso abusivo a la técnica y la mercantilización”.

Atendiendo al enunciado, tal cual, podría estar en sintonía con el autor. Pero creo que el término “razonable” en esta cuestión se ha demostrado una pendiente harto resbaladiza que nos ha conducido, en palabras (que comparto) del propio autor, a “la creciente banalización de la reproducción humana, el recurso abusivo a la técnica y la mercantilización” y que, esto lo aporto yo, ha devenido un menoscabo de la dignidad y la vida de millones de embriones humanos, seleccionados para vivir o morir, almacenados para reserva o para reutilizar como animales de experimentación.

“Al tomar una decisión sobre la interrupción de la gestación, entran en conflicto dos valores: el de la autonomía reproductiva de la mujer y el de la vida del feto. Se trata, por tanto, de un dilema moral, de difícil resolución, donde pueden confluir circunstancias muy variadas, que ha de ponderar la gestante desde sus propios valores, que le permitirán tomar una decisión en conciencia”.

La “autonomía reproductiva de la mujer” es algo perfectamente defendible hasta por el que escribe estas líneas. La cuestión es que cuando una mujer ha concebido, aunque sea inesperadamente, se ha producido una “interrupción voluntaria, o no, de su autonomía reproductiva” y eso tiene consecuencias y a esas consecuencias ha de darse una respuesta cabal y justa. Desde el mismo ras de la tierra, sin ningún atisbo de creencia alguna, lo justo es que el sobrepeso de una “vida” (aunque sea muy chiquita) no se contrapesa más que frente otro riesgo de vida. Todas las “circunstancias muy variadas que puedan confluir” ante un embarazo inesperado, inoportuno o indeseado tienen “en justicia” una ponderación muy incapaz de contrapesar la vida de un ser humano, aquellas pueden ser contrarrestadas, tratadas, acogidas, compensadas, en definitiva, atenuadas o solventadas, frente a ello, una vida perdida es un mal en sí mismo imposible de atenuar u solventar.
Los que nos posicionamos del lado de esa vida, muy chiquita, que se alberga en la madre, no lo hacemos criminalizándola como en muchas ocasiones se nos ha acusado. Para nosotros la madre es víctima en este “affaire” por eso peleamos con todos nuestros medios porque los estados con “nuestros impuestos” acudan en socorro de ellas revertiendo todas esas “circunstancias muy variadas” y con toda seguridad tan agobiantes y dolorosas que pueden hasta hacerle pensar que la solución pase por eliminar lo que es “sangre de su sangre”.

“Desde una ética de máximos de orientación cristiana –donde se sitúa el Institut Borja de Bioética–, creemos que el valor moral inherente a la vida del feto introduce otras consideraciones, que no pretendemos imponer ni al espacio público, donde se ha de garantizar la pluralidad, ni al Estado

La considerada “ética de máximos de orientación cristiana” no se impone a nadie, pero su propuesta a la sociedad no debe ser reprimida porque sea o no del gusto de los autoerigidos dictadores de lo “políticamente correcto”. Para posicionarse a favor de nuestros semejantes, de los seres humanos, no hace falta ningún tipo creencia, solo ser un “biennacido” y dejarte llevar por la propia naturaleza que te empuja a acoger a quien reconoces como igual, como tu semejante. Esto me lo enseñaron en la facultad y no en ninguna catequesis.
Los cristianos además creemos que todos somos hermanos e hijos de un mismo Dios, pero eso, con ser grande, no es más que solo un “postre” que endulza y eleva lo que nuestra propia naturaleza ( y no la creencia) nos dicta. Y puesto que a nadie debiera amargarle un dulce... pues nosotros también lo proponemos a la propia sociedad.
Y para terminar, he de decir que el haber conocido que detrás de este Instituto Borja de Bioética estén miembros de la compañía de Jesús me causa una gran desazón por cuanto de siempre he tenido a los Jesuitas globalmente en una muy alta estima. De un prestigio inmenso, acrisolado en el cultivo del conocimiento y del saber desde distintos campos. Así lo conocí y lo viví en el Colegio Santiago Apóstol de la Ciudad de Vigo.

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