Lo que nos mueve a los que trabajamos en las
distintas organizaciones y plataformas pro-vida no es tanto el “no al aborto”, que sí, como la defensa positiva
de la vida. En este sentido es importante revisar que tareas son especialmente
adecuadas para objetivamente ayudar a defender la vida.
De entre todas las tareas que podemos desarrollar
para penetrar la sociedad que nos rodea del mensaje a favor del respeto a la
vida, ninguna como la “tarea educativa”;
y hasta diría que todas las demás, si no van enfocadas a conseguir despertar “motivación” o/y “curiosidad” —bases de
toda tarea educativa— solo son inútiles brindis
al sol.
Para apoyar esta tesis, traigo hoy aquí el trabajo publicado en www.analisisdigital.org por Vicente
Agustín Morro López [ Vicepresidente
del F.V.F[1].
Vicepresidente de FCAPA-Valencia[2] ]
que expone de manera eficaz y clara que la defensa de la vida es una cuestión
de educar tanto desde la fe como desde la razón.
La defensa de la vida, tarea educativa desde la fe y la razón
I.- INTRODUCCIÓN.
Si hay un ámbito en que fe
y razón, religión y ciencia, se complementan y colaboran estrechamente,
caminando unidas, es el de la defensa de la vida humana y de la promoción de su
valor y dignidad. Sus descubrimientos, intuiciones, hallazgos, no entran en
contradicción sino que mutuamente se refuerzan y confirman. Esta
complementariedad la enunció ya el Beato Juan Pablo II: «La fe y la razón son
como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo.» En la raíz de
la naturaleza del hombre, de su esencia, está la dignidad inviolable de toda
vida humana, sea cual sea su estado de desarrollo y sus circunstancias
particulares. Monseñor Livio Melina, Presidente del Pontificio Instituto Juan
Pablo II, señala en este sentido que «la Revelación cristiana ofrece
posteriores confirmaciones a las indicaciones de la ciencia biológica y a las
evidencias de la razón filosófica, proyectando una luz nueva sobre la dignidad
singular de la persona.»
Este ámbito es, además,
crucial para el futuro de la Humanidad. Una gran batalla cultural está
librándose en torno a él especialmente desde el último tercio del Siglo XX. En
ella está en juego la concepción misma del hombre. Tomando prestada la
expresión de Ortega, podríamos decir que ‘el tema de nuestro tiempo’ es el
‘tema’ de la defensa de la vida, del mismo modo que la cuestión social fue el
‘tema’ de finales del Siglo XIX. Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium
Vitae, llamaba la atención al respecto: «Hoy una gran multitud de seres
humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no
nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la
Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces
existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del
pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo
injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como
elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial.»
Monseñor Melina lo expresa así: «Las cuestiones fundamentales del respeto de la
vida humana… han sido profetizadas por el Magisterio de la Iglesia en su dimensión
no solamente de moral individual, sino propiamente social: estas cuestiones son
como la “nueva frontera” de la cuestión social.»
Monseñor Reig Plá insistía
también en este aspecto: «La cuestión del amor humano podría calificarse como
la gran cuestión de los tiempos actuales, como lo fue la “cuestión social”
durante los cien años que van de la Rerum novarum de León XIII (1893) a
la Centesimus annus de Juan Pablo II.» También la Conferencia Episcopal
Española reforzaba esta idea, en el documento La familia, santuario de la
vida y esperanza de la sociedad, al hacer presente que «al Evangelio del
matrimonio y de la familia va estrechamente unido el Evangelio de la vida.» Es
decir, la vinculación esencial entre ambos ámbitos hace que también el matrimonio
y la familia se encuentren en el epicentro de la batalla cultural a la que
hemos aludido. Con algo más de vehemencia se pronunciaba al respecto Giuliano
Ferrara, director del diario italiano Il Foglio y promotor de una
iniciativa para proponer a Naciones Unidas una moratoria en la aplicación del
aborto, al proclamar que «la batalla contra el aborto y la eugenesia, contra el
gesto más anti femenino que uno pueda imaginar y contra el programa de mejora de
la raza, es la frontera decisiva de nuestro siglo.»
Sin embargo,
paradójicamente, la cuestión de la defensa de la vida está ausente en el ámbito
educativo. El propio Ferrara denunciaba esta situación con crudeza: «La sordera
moral respecto al aborto es hoy día la ley educativa de Occidente.» Parece como
si en la escuela estuviera prohibido hablar de las cuestiones que afectan a la
vida humana, de los ataques y amenazas que sufre, del valor y dignidad de «toda
la vida y la vida de todos», en feliz expresión de Juan Pablo II. José María
Pardo, señala la gravedad de esta cuestión, que para algunos puede resultar
accesoria: «Es ilusorio pensar que se puede construir una verdadera cultura de
la vida humana, sin ayudar a los adolescentes y jóvenes a comprender y vivir la
sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado. La
banalización de la sexualidad es uno de los principales factores que están en
la raíz del desprecio por la vida naciente: solamente un amor verdadero sabe
custodiar la vida. Por tanto, no podemos eximirnos de ofrecer, sobre todo a los
adolescentes y a los jóvenes, la auténtica educación de la sexualidad y del
amor, una educación que implica la formación de la castidad, como virtud que
favorece la madurez de la persona y la capacita para respetar el significado
‘esponsal’ del cuerpo.»
No debemos perder de vista
que la educación primordialmente es, o debería ser, un servicio a la verdad. Su
misión es llevar al hombre desde la duda, la falsedad o el error, al
conocimiento de la realidad de las cosas, haciendo efectiva la clásica
definición de Santo Tomás sobre la verdad: «adecuación de la cosa y del
entendimiento.» En este ámbito la verdad consiste en reconocer los datos y
evidencias presentes en la naturaleza, datos que la ciencia confirma y que son,
en consecuencia, accesibles racionalmente. Datos que sólo pueden ser negados
desde planteamientos puramente ideológicos. «Se ha afirmado, de manera
totalmente justa, que la preeminencia de la verdad, como criterio guía para la
actuación humana, es uno de los fundamentos sobre los que se apoya nuestra
civilización occidental (Pieper, J.) Solamente la primacía de la verdad,
radicada en la apertura honesta a la realidad, nos salva del arbitrio
indiscriminado de la fuerza. La dependencia de la verdad es condición necesaria
para el hecho mismo de la libertad», recordaba Livio Melina. Primacía de la
verdad. Triste ironía que en este ámbito se nos pretenda presentar como suprema
libertad el seguimiento de opiniones y modas basadas en falsedades y en teorías
alejadas de la realidad de las cosas.
Precisamente por su
condición de servicio a la verdad, la educación no puede obviar cuestiones tan
trascendentales como qué es la vida, qué valor tiene, qué amenazas sufre o a
qué desafíos se enfrenta, máxime teniendo en cuenta que es una cuestión que en
otros entornos sociales –medios de comunicación, política- o está también
deliberadamente ausente o tiene un tratamiento totalmente parcial y sesgado.
Para servir a la verdad en este campo tendremos que ver, en primer lugar, qué
es lo que dice la ciencia sobre la vida humana y su inicio. Después
revisaremos, someramente, algunas de las falsedades y manipulaciones más
difundidas.
II.- ¿QUÉ DICE LA CIENCIA?
Debe quedar claro que en esta cuestión no se trata
de preferencias, ideas u opiniones, sino de datos objetivos y contrastables. La
doctora López Moratalla denuncia una de las falsedades recurrentes en este
ámbito: el embrión es al principio un simple conjunto de células. Al contrario,
«puede afirmarse que el cigoto es un viviente y no simplemente una célula viva.
Es la única realidad unicelular totipotente capaz de desarrollarse
naturalmente a organismo completo y crecer lleno de coherencia.» Con más
rotundidad se expresaron, en 1990, Cole y otros autores en la prestigiosa
revista científica Lancet (I, 1040): «De hecho, es falso, y un insulto
contra la razón, considerar que el embrión humano es sólo un grupo de células
totipotentes.»
El profesor Jérôme Lejeune, actualmente en proceso
de beatificación, fue un científico eminente y descubridor de la trisomía 21,
origen del Síndrome de Down. Señalaba, sin ningún género de dudas, que «cada
uno de nosotros tiene un comienzo muy preciso, el momento de la concepción… tan
pronto como se encuentran los veintitrés cromosomas transportados por el
espermatozoide con los veintitrés transportados por el óvulo, ya tenemos
reunida toda la información necesaria y suficiente para expresar todas las
características del nuevo ser.» Más adelante añadía que «la información que
está dentro de esta primera célula transmite a ésta todos los trucos del oficio
para construirse a sí misma como el individuo que es. Quiero decir que no es
una definición para construir un hombre teórico, sino para construir esta
persona humana particular que después llamaremos Margarita, Pablo o Pedro.»
También la ciencia jurídica se ha pronunciado al
respecto, y muy recientemente. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea
(Gran Sala) dictó una Sentencia el 18 de octubre de 2011 en la que definía al
embrión humano como un organismo capaz de iniciar el desarrollo de un ser
humano, ya sea el resultado de la fecundación o producto de una clonación.
Específicamente, la Sentencia confirma que «constituye un embrión humano todo
“ovulo humano” a partir del estadio de la fecundación tenga el origen que
tenga». ¡Qué vergüenza para aquellos que se han pasado la vida hablando de
pre-embriones o de la anidación o de cualquier otro momento, más o menos
arbitrario, para fijar el inicio de la vida humana!
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