Desde estas páginas hemos expresado nuestro desasosiego
por la insufrible lentitud en la actuación del gobierno ante el drama que
supone la pérdida de más de 300 seres humanos cada día.
Las cifras que vamos acumulando hieren
nuestra sensibilidad. Pero a pesar de que muchos claman, y con razón,
porque de una vez por todas cumplan su programa electoral, yo quiero de nuevo
insistir en que están demostrando una absoluta incoherencia
respecto a sus propias argumentaciones que les llevaron a presentar el recurso
ante el Tribunal Constitucional.
A este propósito traigo, hoy, la opinión certera del
Juez Don José Luis Requero que le pasado 15 de abril publicaba un excelente
trabajo en La Razón digit@l.
La parsimonia y la vida
En política, como en todo lo humano, se exige
prudencia, lo que no tiene que identificarse con quietismo. Prudencia es hacer
lo que debe hacerse, unas veces habrá que ir despacio y otras no. Depende. Sí
que tengo prevención hacia aquellos que suelen, por sistema, retrasar sus
decisiones apelando a que hay que dar «otra pensada» o porque «no es el
momento». En mis años de Vocal en el Consejo General del Poder Judicial, eso me
desesperaba: tanta «pensada», tanto esperar el momento, era muchas veces miedo
o falta de criterio. Siempre he sido partidario de que, cuando se tienen las
cosas claras y los elementos de juicio precisos, lo imprudente es no actuar.
Digo esto porque hace unos días hubo en Madrid una
concentración por la vida y el pasado día 8 fue la Jornada por la Vida y,
además, porque se calcula que cada día mueren en las clínicas abortistas
españolas unos 300 seres humanos. No se saben aún los datos de 2012, pero en
2011 murieron en total 118.359 seres humanos. Y me viene todo a la cabeza
porque gobierna desde hace más de un año un partido que tiene en su programa
electoral derogar la actual ley del aborto.
Veamos. Ante determinados problemas se puede ser
parsimonioso, esperar a que el tiempo acabe arreglando ciertos problemas; puede
optarse por no contestar a tal o cual adversario político y esperar que acabe
cociéndose en su propio jugo o porque es mejor que con el tiempo amaine un
temporal en los medios de comunicación. Son opciones políticas que pueden
obedecer a cierta táctica; es más, por admitir estoy dispuesto a admitir que
sea astuta esa actitud. Pero no lo admito cuando esa parsimonia, ese esperar el
momento, le está costando la vida a seres humanos, salvo que se asuma la teoría
de la ex ministra Aído: un feto humano es un ser, pero no se puede decir que
sea humano.
Hablo de vidas humanas, pero también de males
jurídicos porque se mantiene vigente una ley inconstitucional. Desde luego que
tengo prevención sobre lo que es o no constitucional sencillamente porque del
Tribunal Constitucional cabe esperar muchas sorpresas en términos de lo que se
supone debe ser la lógica jurídica. Pero si leemos la doctrina que hasta ahora
mantiene sobre el derecho a la vida y el aborto, esa ley es a todas luces
inconstitucional. Y la parsimonia no casa con mantener vigente una ley que es
claramente inconstitucional. Y que supone cada día 300 muertes.
Cuando se tiene mayoría absoluta no hay
justificación para mantener esta situación. Por lo tanto, estando así las
cosas: ¿qué impide derogar esa ley? Los partidos que en su día la apoyaron
jamás van a aplaudir ni van a estar conformes con su derogación, pero tampoco
con su reforma. Si las cosas son así, ¿a qué se espera?; es absurdo confiar
quizás, no sé, en el diálogo, el pacto o el consenso en esta materia.
Luego si la crítica, la reacción histérica, hay que
darla por descontada, ¿por qué no se actúa?; ¿acaso se espera a que el Tribunal
Constitucional resuelva el recurso que tiene pendiente?, ¿o que ese tribunal se
renueve y que otro mimético de la actual mayoría parlamentaria haga el «trabajo
sucio»? Veamos de nuevo: como ese tribunal es impredecible, lo aconsejable es
retirar el recurso y aprobar la nueva ley; en todo caso, para ese hipotético
momento –una sentencia contraria a la actual ley– el retraso se habrá cobrado
la vida de miles de seres humanos. Jamás la buena imagen política, jamás evitar
el desgaste o cosas por el estilo, justifica la muerte de un ser humano.
Por lo tanto, hay que derogar esa ley, y hacerlo ya.
Y que se derogue con sinceridad, a las claras, no haciendo una reforma con
gateras, que no zanje todas las trampas de la anterior de 1985. Recuérdese que
esa ley era sobre el papel la más restricta de Europa pero permitió que España
fuese el paraíso del turismo abortivo, como dijo el Consejo de Estado. De
hacerse una reforma poco clara y valiente, se conseguirán dos cosas: una
segura, las críticas del adversario, y otra más que probable, el desafecto de
muchos.
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