Manifestaciones, todas las
del mundo. Algaradas, sin número. Acoso “soez” y desvergonzado a
quien no comulga con sus delirios, también. Pero “razones” lo que se dice
razones, ninguna. Argumentos, lo que se dice argumentos, solo parecen
insultos y descalificaciones.
Repiten con falsa
“conmiseración” que el aborto es un drama, pero ni saben explicarnos por qué un
“derecho es un drama”, ni mueven un dedo para paliar ese drama. Estoy (sentado)
a la espera de que los paladines y promotores de semejante “drama” creen alguna
ONG sin ánimo de lucro (... no se rían, por favor.) que promocione y oferte
abortos sin que los tengamos que pagarlos todos con nuestros impuestos.
Termino trayendo para
vosotros un estupendo artículo de Estanislao Martín Rincón que como buen pedagogo, que es, nos enseña acerca
de la maldad intrínseca del aborto en un lenguaje que se le entiende todo.
¡Disfrutarlo!
Ser madre... ¿de qué?, ¿de quién?
El aborto, un crimen que hace mal a toda la
sociedad en su conjunto. No es una cuestión política, ni legal, ni científica,
ni religiosa; es un asunto humano. Hablemos de ellos sin miedo que es lo que
más bien puede hacer.
Estamos en pleno debate
social sobre el aborto. Tomaré postura desde el principio. El aborto voluntario
es malo, redondamente malo, malo de suyo, porque sí, por su objeto, que es
quitar la vida a la persona engendrada y no nacida. En cualquier acción, desde
el momento en que el objeto es malo ya nada puede convertirla en buena, ni la
finalidad ni las circunstancias que concurran en ella. Quitarle la vida a otro
antes de haber nacido, de manera voluntaria, es malo porque hace mal. Hace mal
al no nacido, que no puede ni siquiera asomarse a la vida, hace mal a la madre,
la cual no tardará en pagar en su persona la factura, hace mal al padre, hace
mal al que lo practica, al que lo promueve, al que lo silencia, al que lo
tolera. Y no hace bien a nadie, aunque haga ricos a unos cuantos. (También se
enriquece el ladrón o el estafador y tampoco le hace bien robar, por más que
pueda parecérselo a él o a cualquier otro).
Mal y bien, malo y bueno.
Hay que recuperar estas palabras. Muchas veces se ha dicho que la primera y
gran batalla está en el lenguaje. Pues bien, bueno y malo, que están llenas de
contenido objetivo y son muy fáciles de entender. Nada de positivo y negativo,
correcto o incorrecto, conveniente o inconveniente, etc. Que no, que si no
llamamos a las cosas por su nombre perdemos fuelle. El aborto es malo porque
hace mal, y la promoción de la vida es cosa buena porque hace bien.
Lo que no es malo es hablar
de él. Eso sí viene bien, y especialmente en este momento. Es bueno que se
hable de este mal, porque cuanto más se hable, más oportunidades hay de que los
argumentos a favor del aborto vayan perdiendo terreno, justo el mismo terreno
que irán ganando los que se esgrimen en contra, o sea favor de la vida. La
ganancia de los que defienden el aborto está en el silencio, por eso se irritan
cuando se habla de ello. Y eso ocurre porque no tienen argumentos consistentes.
Y no los tienen porque no
los hay. En su lugar usan falacias, es decir, argumentos que parecen verdaderos
pero no lo son porque encierran engaño. El que más se repite ahora es que nadie
puede obligar a ninguna mujer a ser madre. Se arranca de este principio,
que está lleno de verdad y al amparo de su verdad se esconden de manera
torticera unas cuantas patrañas. Día sí, día también, oímos muchas voces
defendiéndolo. Voces procedentes mayoritariamente de la izquierda, bastantes
menos, pero no son pocas, de la derecha, y un buen número de otras que vienen
sin encuadre político. En todo caso conviene caer en la cuenta de que esto del
aborto no es una cuestión política, ni legal, ni científica, ni religiosa, como
muchos quieren hacer creer. Esto es un asunto humano, no más, de muchísimo
calado, pero esencialmente humano, como lo pueda ser, aunque con menores
consecuencias, buscar un trabajo, educar a los hijos u organizar el tiempo. Es
un asunto que marca profundamente la vida de quien está implicado en él, que
tiene aspectos que interesan a esas áreas (política, religión, ciencia, etc.)
pero que en sí mismo no es sino personal, lo cual, a su vez, significa
individual y social al tiempo.
Pues bien, vamos con el
argumento falaz. Antes de dar por bueno el principio de que nadie puede
obligar a la mujer a ser o no ser madre conviene detenerse a ver qué
significa la palabra obligar. Aparte de otras acepciones que no vienen al caso
(el diccionario de la RAE ofrece cinco), para lo que aquí se pretende, que es
levantar la voz contra esa falacia, “obligar” significa dos cosas. Por una
parte quiere decir forzar, por otra, comprometerse.
Si por obligar queremos
decir forzar o coaccionar, entonces el principio nadie puede obligar a la
mujer a ser o no ser madre es del todo válido. Efectivamente, nadie puede
forzar a una mujer para que sea madre ni para que no lo sea. Ni dentro ni fuera
del matrimonio. Pero esto no es nada nuevo, al menos yo no he oído ninguna
proclama en favor de la coacción, el estupro, la violación o cosa parecida.
Otro cariz tiene la
cuestión, y bien distinto, si por obligar entendemos obligarse, contraer
obligación, acepción que también está recogida por el DRAE y que significa
comprometerse. El caso más claro, aunque no sea el único, es el caso del
matrimonio católico. Cuando se contrae matrimonio sacramental, cada uno de los
contrayentes se obliga a “recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos,
y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia”, de tal manera que en las
nupcias hay un compromiso abierto y explícito de engendramiento y educación de
los hijos, que es condición indispensable para el matrimonio, aunque no se
puedan especificar las circunstancias de dicho compromiso. Para no desviarnos
demasiado del asunto que queremos tratar digamos que en el matrimonio católico
cada parte tiene todo el derecho a esperar de la otra los hijos que puedan
derivarse de esa obligación libremente asumida, obligación de paternidad en el
varón y obligación de maternidad para la mujer.
Hecha esta salvedad -que no
es de poca importancia- sigamos con el cacareado principio de que nadie puede
obligar a una mujer a ser madre. Está bien dicho pero mal usado. Porque la
realidad hacia la que apunta es otra que la que contiene. La realidad es que si
hay unión sexual fértil, ya hay madre. Tras el acto de fecundación, la mujer ya
no puede elegir ser madre, ya lo es. Ahora lo único que puede decidir es ser
madre de un hijo vivo o ser madre de un hijo muerto. Aclaremos también que el
hijo es hijo desde el momento cero de su existencia, desde el instante de su
concepción. No habrá que empeñarse mucho en demostrarlo. El sentido común,
la filosofía y la biología coinciden: Ya hay un nuevo ser, distinto de la
mujer, concebido en su interior y dependiente de ella, o sea un hijo. ¿O en qué
consiste ser biológicamente hijo?
La elección es entonces
entre hijo vivo o hijo muerto. Cuando se plantea el aborto como elección, la
elección no es de maternidad sí o maternidad no, la elección está en entender
al hijo como un “algo” o como un “alguien”. Si la mujer opta por ser madre de
alguien, ese alguien recibirá un nombre, se le posibilitará ser tratado como
persona y siempre podrá responder a la pregunta ¿quién? Si por el contrario
opta por abortar (ser madre de un hijo muerto) quien debía tener nombre no lo
tendrá, nadie podrá tratarlo como la persona que empezó a ser pero se frustró,
no le dio tiempo ni siquiera a tener un nombre y se quedó sin ser reconocido
como lo que ya era. Fue obligado en el peor de los sentidos a quedarse
en algo y así fue tratado, como un deshecho del cuerpo de la mujer. Ya no será
lo que le correspondía: Para el varón que lo engendró y para la mujer que lo
abortó, un hijo; si ya hay otros hijos, el abortado no podrá ser hermano; para
los padres de sus engendradores, nieto... para todos los demás, en fin, un
hombre o una mujer, uno de nosotros de quien se nos priva para siempre. Era un
quién, era alguien, pero sus abortadores lo convirtieron en el peor de los qué,
en detrito, “algo” que se tira a la basura, un deshecho.
Qué tremenda paradoja y qué
cruel. Quien por su embarazo ya es madre, obliga
al hijo a no ser hijo. Quien invoca un principio
por el cual no puede ser obligada a ser madre, amparada en ese
principio, contraviniendo los impulsos más nobles de su feminidad y forzando el
derecho, obliga de
manera irreversible a que el hijo no pueda vivir como lo que fue llamado a ser:
Hijo, hermano, nieto... persona.
Estanislao Martín Rincón
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