Ayer pudimos comprobar, que podemos soñar, que no es
irremediable tragar con el genocidio abortista.
El anteproyecto de reforma “enseña maneras” desde el
propio enunciado “Ley De Protección De La Vida Del Concebido
y Los Derechos De La Embarazada ”.
Si sale adelante y se aplica con rigor puede suponer una drástica bajada del
número de abortos en España. Todos los defensores de la vida humana sabemos que
no es lo que desearíamos, pero es un esperanzador paso en la dirección correcta. Los brindis los dejaremos aparcados; porque ahora empieza la verdadera pelea, porque arrecian en su virulencia los que se creian que ya lo tenían todo "atado y bien atado", porque no podemos permitirnos que el gobierno se venga abajo por la presión abortista que se prepara, porque ya no podemos, ni debemos, parar.
Los medios periodísticos vienen, hoy, repletos de
valoraciones tanto favorables como contrariadas (más que contrarias), o ¿debería
decir “cabreadas” porque ven peligrar el “chollo”?
Termino transcribiendo el editorial
de ForumLibertas que nos muestra claramente de qué lado están los
argumentos y quienes carecen de ellos.
20
de Diciembre de 2013 - Editorial
Evidencias ante el aborto: no tienen
argumentos
Uno de los aspectos más llamativos del debate que se
ha abierto sobre el aborto con motivo de la nueva política que ha acordado el
Gobierno del partido de Mariano Rajoy es la pobreza argumental de quienes lo defienden.
El aborto es presentado actualmente como un signo de
progreso, de avance de la liberación de la mujer, pero en realidad esta no es
su historia. Este acto tan inhumano se ha introducido de nuevo en nuestra
civilización, primero en Rusia como consecuencia de la Revolución Bolchevique
de 1917. La raíz de esta legalización no estaba en los derechos subjetivos e
individuales, algo que es evidente que el comunismo no asumía ni defendía
porque consideraba tal enfoque como una perspectiva burguesa. La razón básica era
la necesidad de incorporar a la mujer a la industria y al trabajo de la
agricultura colectivizada y, para ello, se consideró que era mejor que no
tuviera hijos. Después, esta política fue corregida en un continuo vaivén en
función de los datos y la sensibilidad demográfica, porque lo cierto es que
este inicial fomento del aborto ha tenido consecuencias muy graves sobre la
demografía rusa, que hoy paga las consecuencias e intenta rectificar.
El segundo lugar donde se legalizó el aborto fue en la
China comunista, en los territorios controlados por el PC inicialmente, y
después en el nuevo Estado comunista. Es obvio que en este caso tampoco jugaban
para nada el derecho a la elección de la mujer ni ningún principio subjetivo.
La cuestión estaba relacionada, una vez más, con el incremento de la mano de
obra y, en el caso chino, con la voluntad de controlar el crecimiento de la
población.
Después, el aborto fue legalizado en Japón, y en este
caso el dato es todavía más interesante, porque esta legalización se llevó a
cabo en el periodo de ocupación americana. Fue establecido por las autoridades
militares y se produjo la paradoja evidente a los ojos de quienes lo leen en
términos progresistas que los Estados Unidos legalizaban el aborto en Japón y
lo mantenían prohibido en su casa. ¿Es que acaso la potencia triunfante quería
tratar y dar más derechos a las japonesas que a las norteamericanas? Claro que
no. De lo que se trataba era una vez más de controlar el crecimiento de la
población, facilitar la tarea de la reconstrucción a base de disponer de mano
de obra femenina y limitar el número de niños que atender. Tuvo que pasar más
de una década para que el aborto se legalizara en Estados Unidos, y después, ya
entrados los años sesenta del siglo pasado, en Europa. Se trata por tanto de un fenómeno reciente y cuya historia no tiene
nada que ver ni con el pretendido feminismo ni nada que se parezca, sino
con el forzar la incorporación laboral de la mujer y el control de la
población. Si esto es una actitud progresista es que hemos perdido el más
elemental sentido común.
Los argumentos sobre el aborto se reducen básicamente
a dos: el primero es el que declara el derecho de la mujer al propio cuerpo.
Hay que advertir a quienes afirman esto sin más razonamientos que si se trata de un derecho lo que se está
proclamando es que el aborto en sí mismo es un bien, porque si no fuera así no
tendría sentido que gozara de la condición de derecho. Nunca un mal puede serlo.
Pero es que además tal derecho es, como todos, limitado por los derechos de los
demás. Nadie es propietario absoluto de su cuerpo, porque si no el suicidio
estaría permitido, uno podría vender su sangre, un riñón, su esperma o unos
óvulos. Pero nada de eso se puede hacer. Nadie puede comercializar con partes de
uno mismo, y esto significa una limitación del derecho al propio cuerpo. Existe
una razón externa al individuo, una razón objetiva, que lo impide. Y si esto
reza para el propio cuerpo, ¿cómo no va a existir esta limitación ante un
tercero que es distinto a la madre, como señala sin ninguna duda el ADN? El ser
humano engendrado contiene ya desde el mismo instante de su formación todo el
código genético que determinará su naturaleza hasta que muera. La mujer no
tiene un derecho sobre este tercero, y mucho menos el derecho de dañarlo.
No es una
parte de la propia persona, aunque la monja Forcades insista en equipararlo a
un riñón, a pesar de su condición de médica, sino que se trata de un tercero
que debe ser tratado como tal y que es sujeto a derechos propios. Por consiguiente, no existe la posibilidad desde
cualquier razonamiento jurídico que no sea arbitrario e injustificable sostener
que durante un periodo de tiempo la mujer puede decidir libremente lo que puede
hacer sobre otro ser humano.
La idea de
que porque es dependiente de la madre ya puede disponer de su vida es también
un absurdo insostenible. Los seres
humanos terminamos en buena parte siendo dependientes de terceros, y a veces lo
somos a la mitad de nuestras vidas, y en ningún caso, por fuerte y absoluta que
sea la dependencia, da derecho al cuidador a disponer sobre la vida del
cuidado. Si confundimos esto, nuestra sociedad perderá todo sentido para
orientarse en la ética, como viene ocurriendo.
Otro argumento que se utiliza es el de que el feto no
es una persona. Para tratar de esto antes habría que ponerse de acuerdo sobre
el concepto de persona, que es una categoría, recordémoslo, filosófica. Pero
pensamos que el debate no es el de la personalización, ni el de las condiciones
que rigen para la misma, sino de algo más evidente, más biológico e
incuestionable. El feto es un ser
humano, que como tal tiene derecho a realizarse, y que esta realización
implica, en los primeros estadios de la vida, que no finalizan con el
nacimiento, su desarrollo natural. Después, con el paso del tiempo,
intervendrán factores de carácter cognitivo y psicológico, culturales, pero
incluso estos estarán condicionados por el más o menos armónico de desarrollo
que haya tenido desde el mismo momento de su concepción. Decir que no es una
persona no es decir nada. La cuestión es ver quién de los defensores del aborto
se atreve a decir que no es un ser humano.
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