De nuevo en el País, leímos ayer un artículo D. José
Ezequiel Páez Conesa que titula Vida humana y
libertad de la mujer y en el que se retuercen, hasta el hastío, unos
argumentos deliberadamente falsos con el fin de derrotar y/o confundir al
contrario.
La
entradilla ya encierra un primer sofisma 1. Dice:
“La reforma del aborto que proyecta
Ruiz Gallardón confunde moral pública y moral privada. Se pregunta si es
correcto que una mujer aborte, cuando debería preguntarse si es correcto que el
Estado obligue a dar a luz”.
Ocurre, que la alternativa a
preguntarse si es correcto que la mujer aborte, no es plantearse si el Estado
debe, o no, obligar a dar a luz. La pregunta sería si el Estado debe, o no, impedir que se
mate, porque eso es exactamente lo que se dirime, ya que es absolutamente
imposible “abortar” sin previamente “matar” al abortado. En el aborto voluntario los términos “aborto”
y “muerte”, desgraciadamente, se comportan como sinónimos. Verdaderamente la
mujer debe ser libre
de ser o no ser madre, ¡por supuesto!, pero cuando ya es madre, al
igual que todos nosotros, no le es lícito
disponer de la vida de su hijo ni antes ni después de dar a luz.
La mayoría de los llamados
“embarazos no deseados” se derivan de actos voluntarios donde no se midió adecuadamente
el riesgo de la posibilidad de que
ocurriera en embarazo, y el ser humano además de libre tiene que ser responsable de las consecuencias de sus
actos. Sí es tarea del Estado, exigir que los ciudadanos cumplan con sus
responsabilidades, pero, especialmente si de salvaguardar la vida de otro se
trata. La muerte del hijo no puede ser la solución a un fallo del
anticonceptivo, ni la salida airosa de una irresponsabilidad.
Es cierto que hay casos
donde la mujer es violentada en su libertad, y a veces (las menos como lo
muestran las estadísticas) a consecuencia de esa agresión deviene un embarazo. Quiero dejar claro, muy claro, que no reconozco ninguna
agresión más cruel y humillante que pueda hacerse a un ser humano que una violación. La solución no puede ser abortar al ser que se
acoge en su madre, sumar una nueva agresión, y esta vez canalizando la “justa
rabia” de la víctima hacia una actitud agresora para su hijo y para sí misma;
Una sociedad tremendamente garantista, que no admite un ajusticiamiento del
violador, no puede justificar ni mucho menos promocionar la eliminación del
hijo. El ya muy manido “latiguillo” de que
«...le va recordar a su madre
la agresión toda su vida»
no se sostiene, en verdad que si algo puede mantener y retroalimentar el
trauma de una violación, es el saber impune a su agresor. Mi opinión es que la
mujer debe ser atendida y acogida por el Estado que además deberá satisfacerla,
especialmente, en su sed de justicia cargando con todo el peso de la ley sobre su
agresor. Lo que, de verdad, ayuda y
fortalece a la víctima es el saber que su agresor “paga duramente” por su fechoría.
El embarazo tras violación
es más frecuente cuando la violación es reiterada, y ésta es especialmente
frecuente en el entorno familiar de la víctima. En estos casos (especialmente
execrables) hay que estar muy atentos, porque la víctima puede ser doblemente
agredida al utilizarse el aborto como “una salida” que los abusadores y sus
cómplices utilizan para encubrir el delito y quedar impunes.
Es indignante que alguien
pueda decirle a la víctima, que su rabia y su sed de justicia se sustancian
cargándose la prueba del delito.
Cuando la vida o la salud de
la madre están en peligro, debe ser tratada con todos los medios y con toda la
intensidad que la circunstancia requiera, aún si hay riesgo de que con esa
actuación pudiera derivarse un daño o la muerte del hijo. Pero lo que es de
todo punto éticamente inasumible es cargarse de forma preventiva al niño. Porque el embarazo no es lo
que pone en riesgo la vida o la salud de la madre, éste es, a lo sumo, solo una
circunstancia que eventualmente puede complicar la dolencia (o su tratamiento)
que padece la mujer y que es la que realmente afecta a su salud o amenaza su
vida.
El autor nos lleva, en otro
momento, a una interesante, incluso podría tomarse como atractiva y sugerente,
disquisición acerca de la distinción entre moral pública y moral privada, que trata
de aclararnos con un ejemplo donde descubrimos un nuevo sofisma
“...pero parece que el ministro pretende suprimir el
régimen de aborto libre y regresar al sistema puro de supuestos. ¿Qué motiva
esta reforma? Según declaraciones del ministro, proteger la vida del no nacido
y garantizar la libertad de la mujer. En efecto, estos son dos de los fines que
justifican la regulación del aborto voluntario. Ahora bien, el ministro se
halla sumido en cierta confusión muy generalizada en este debate: interpreta
vida humana y libertad de la mujer como valores de moral privada que nos dan la
respuesta a si es moralmente correcto que una mujer aborte, cuando debería
interpretarlos como valores de moral pública y preguntarse si está justificado
que el Estado obligue a dar a luz.”
Comprenderemos mejor la distinción entre moral
pública y moral privada con un ejemplo. Imaginemos una ley que nos obligara a
donar un riñón a personas que lo necesitan para sobrevivir. Estaríamos de
acuerdo en que, sea o no insolidario negarse a donar un órgano en tales casos,
el Estado no nos puede forzar a hacerlo. Podremos ser criticados por nuestra
decisión, pero esta nos compete exclusivamente a nosotros, libres de la amenaza
de recibir un castigo en caso de que escojamos la opción equivocada. Algo
similar ocurre con los embarazos fruto de una violación o los que ponen en peligro
la vida o salud de la mujer. Resulta perfectamente coherente sostener, a un
tiempo, que cierta conducta (como arriesgar la vida por el propio hijo) es
elogiable o, incluso, debida, y que, sin embargo, no puede ser legalmente
obligatoria.”
Cuando dice que "el Estado no nos pude forzar a hacerlo ". Es aquí donde intencionadamente, o no, yerra
el tiro. Porque la cuestión, volviendo al caso del aborto, no es que el Estado tenga
coactivamente que obligar a dar a luz,
ni que anime y/o promocione la opción de
abortar. La verdadera salida a la intención del ministro de “proteger la vida del no nacido y garantizar
la libertad de la mujer”, son las políticas que ofrezcan “salidas respetuosas
con la vida del niño
y, a la vez, capaces de resolver
positivamente “la
montaña de conflictos, preocupaciones y presiones de todo tipo” que
colocan a la mujer en el disparadero de asumir que solo tiene la salida peor.
No existe ninguna libertad de optar, cuando solo te
ofrecen una salida. ¿Es libertad de opción elegir entre lo malo y lo peor?
Garantizar la “libertad de la mujer” que parece pretender el ministro, pasa por
ofrecer “salidas alternativas” a “lo malo o lo peor”. ¿Cuántas mujeres cree D. José
Ezequiel que dejarían a un lado la opción del aborto si alguien les resuelve su
“montaña de
conflictos, preocupaciones y presiones de todo tipo”?
La casi absoluta ausencia,
en nuestra querida España, de ayudas públicas a la maternidad, a una promoción
socio-laboral de la mujer que contemple su opción de ser madre, a una política
educativa para nuestra juventud de
sexo seguro (por supuesto) pero también responsable, pone
verdaderamente difícil esa libre elección que dicen perseguir los abortistas
(autodenominados pro-choice) y
convierte en heroica la elección de no
abortar pese “su tremenda soledad ”
para muchas madres.
Ni D. José Ezequiel, ni yo,
ni muchos españoles sabemos realmente que es lo que al final hará o le dejaran
hacer al ministro, pero este problema lleva ya acumuladas demasiadas víctimas.
Muchas muertes inocentes (casi 1,7 millones) y muchas mujeres que arrastran, como “muertas
en vida ”,
las secuelas de una decisión equivocada
(cerca de un 90% de síndromes postaborto).
Creo sinceramente que ya va
siendo hora de poner remedio. Desde este blog se lo hemos dicho el ministro y
al gobierno:
Mi particular posición y que
le ofrezco al querido lector está expresada y “en caliente” en la entrada
publicada el día 3 de julio pasado, “Nada me importa más que la vida de un ser humano”
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