En la mitología
de mi tierra gallega, son frecuentes leyendas de muertos procesionando, o de
almas en pena. Una especialmente conocida es la de “La Santa Compaña” —una procesión de muertos, o de ánimas
en pena, que a partir de las doce de la noche pasean errantes por los caminos
de una parroquia o pueblo—. Cuentan que, en su recorrido, visitan casas en
las que en breve morirá alguien.
No se cuentan,
en las crónicas, casos de abducciones sobre personas o colectivos; pero “algo”
puede estar pasando, porque pareciera que parte de la judicatura pudiera estar
en tal trance. En solo unos pocos días, hemos visto a jueces decidiendo por la
vida de seres especialmente débiles, tanto que no tenían posibilidad de
defenderse, y que, en aras del eufemísticamente llamado “mejor bien del menor”,
se les arrancó la vida. El caso de la nena Andrea, de Santiago de
Compostela; y la criaturita de la niña de 15 años, de Vigo, que encontró en “la
compaña” judicial, el amparo para evitarles un nieto a (sus) unos padres díscolos.
Si yo no me he
vuelto loco, en los dos casos, el supuesto “mejor
bien del menor” fue, precisamente, la muerte provocada “del menor” de los seres afectados por el “fallo judicial”.
Termino con la
imagen que ya utilicé en el post del pasado día 2; para, con ella, lanzar una pregunta
al aire…
La presunción legal de vida del "ser que ya (o todavía) es"..., siempre ha de presumirse absoluta (o iuris et de iure).
La presunción legal de vida del "ser que ya (o todavía) es"..., siempre ha de presumirse absoluta (o iuris et de iure).
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