Leía ayer en diariodesevilla.es un artículo
escrito por Carlos Colon que titulaba «Muerte, trauma y fracaso» y que recomiendo a mis lectores, aunque planteándoles
a su consideración algunas, a mi juicio, importantes matizaciones
Ocurre
que sostengo que tiene mucha razón cuando escribe que
... “MUCHOS no nos dolemos de que el aborto libre
(sin causa terapéutica) sea considerado un derecho, sólo sujeto a determinados
plazos racionalmente incomprensibles (¿qué más da matar el feto a los dos o a
los cinco meses?), porque la Iglesia lo diga. Nos duele porque nuestra
sensibilidad, nuestra conciencia y nuestra intuición nos lo dice. Y por nuestra
repugnancia hacia cualquier forma en la que un ser humano mate a otro, ya se
trate de no nacidos o de nacidos. Y, en estos últimos años, también porque la
ciencia aporta argumentos cada vez más abrumadores sobre la singularidad
genética del embrión y del feto.”
Y entre esos MUCHOS me
cuento, me apunto. Pero desde esta adhesión a sus primeras manifestaciones
sobre el dolor que nos aflige la
consideración como derecho que viene dándose al aborto, quiero poner de
manifiesto mi total discrepancia cuando afirma que solo le perturban ...«los abortos practicados a una mujer sana,
matando un embrión o un feto sano;...», aclarándonos
que se refiere a los carentes de una causa terapéutica.
Y es que resulta una lástima
que el autor, al que le presumo preparado intelectualmente y culto (lo que me consta), acepte que exista
alguna terapia (acción de curar) que base su efectividad en matar algo distinto
de un agente infeccioso o parasitario, el cual, además y en todo caso, se
reconociera como causante de la afección sobre la que trata de incidir la
terapia.
Ocurre que MUCHOS nos
dolemos, independientemente de lo que tenga que decir la Iglesia, cuando se
manipula el lenguaje para hacer pasar por “aceptable”
lo que solo esconde “la inhumanidad de matar cruel y alevosamente
a uno de nuestros semejantes”.
En el (mal) llamado aborto
terapéutico, la enfermedad que se alega para justificar un aborto que se
presume curativo (terapéutico) no es
el embarazo de la paciente. Porque, no existen mujeres enfermas de embarazo;
solo, a veces, mujeres enfermas en las que a la vez concurre un embarazo. En
estos casos, ocasionalmente puede haber problemas, incluso serios, para la
madre enferma y para el hijo que se cobija en ella.
La concurrencia gravosa, de
una gestación con una enfermedad materna, desde un punto de vista médico, se
maneja como una de tantas complicaciones sobrevenidas de mil y un tipos (piénsese
en insuficiencias orgánicas diversas, otras patologías concurrentes o incluso
la edad...) que son más habituales de lo que quisiéramos en la práctica diaria.
Incluso ni tan siquiera impiden un tratamiento presumiblemente lesivo para el hijo, por cuanto que se acepta que la abnegación y el sacrificio a favor de éste, no son exigibles. Pero,
nótese, que el daño, o incluso la muerte de la criatura si ocurre, no sería directamente “buscada” sino consecuencia
del efecto lesivo de la terapia; cualquiera, bienintencionado, puede ver que se
trata de una situación radicalmente distinta a la que resultaría de optar por matar directamente al niño para eliminar la concurrencia gravosa que
supone la gestación. Nadie puede afirmar, con verdad, que un aborto sea terapia
alguna en sí mismo, nunca ser tenido por terapéutico lo que nunca cura nada.
Afortunadamente, las
situaciones límite donde haya que decidir por una de las “dos vidas” es en la actualidad tan escasa que se puede
considerar anecdótica. Cuando los bienes
a proteger, que entran en conflicto, son “salud” (de la madre) frente “vida” (del hijo),
la resolución no puede ser equidistante ni “salomónica”, incluso en el sentido
literal de la cita, puesto que hoy, como entonces, lo justo no está en “partir por
la mitad”, sino en optar por salvaguardar al más débil.
Respecto la justificación de
los abortos en casos de violación, ya me he manifestado repetidamente en este
blog y remito al lector a consultarlos 1. Tan solo diré ahora que la víctima de una violación
no se merece ser despachada con una acción tan expeditiva como ineficaz e
injusta, de “te quito el paquete y... con
Dios hermana”. Porque... ¿le has quitado también el “paquete” de su
cabeza?... ¿es justo que el violador, además de vejarla
hasta lo más hondo de su ser, la obligue a dar su consentimiento de atentar
contra el fruto de sus entrañas?... ¿le han resuelto la “sed de venganza” que le
asiste, y reclama a la justicia?... Y si
no se ha quedado embarazada, la despacharemos con un “da gracias hermana, no te quejes, no consiguió embarazarte, vete en paz”.
Y termino dejando encima de la mesa la cuestión de que, con el aborto estamos
favoreciendo la desaparición de la prueba del delito y con ello, posiblemente, colaborando
a lograr la impunidad del violador.
Con respecto a las supuestas,
o constatadas, taras fetales, es una cuestión de creer o no en la pretendida bonhomía
de la eugenesia y/o de la eutanasia,
pues solo desde esas dos premisas puede entenderse justificar el aborto por
taras fetales.
Con todas las discrepancias
referidas y aclaradas, termino este análisis asumiendo en su literalidad el
último párrafo con que termina su artículo el Sr Carlos Colon, y que reza así:
... “En cualquier caso el aborto es una desgracia,
un trauma, algo indeseable, una medida extrema y brutal. Por eso me repugnó
tanto la alegría de la vicepresidenta, las ministras y las diputadas
socialistas cuando se aprobó la ley de 2010. Aun quien en conciencia considere
necesaria esta ley, debe manifestar seriedad y hasta pesadumbre por su
aprobación porque representa una muerte (la del feto), un trauma (el de la
mujer que aborta) y un fracaso (el de la educación sexual). Además de un abuso
legal que margina al hombre y futuro padre, cuya opinión sobre la muerte del
que será su hijo (y que en el caso de nacer le acarreará las lógicas
responsabilidades legales y económicas) se ignora”.
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