viernes, 18 de octubre de 2013

¿Cabe defender un derecho a abortar mientras se abomina de la pena de muerte?


Hace unos días celebrábamos “el Día Mundial contra la pena de muerte”. Muchas referencias y declaraciones llenaban los medios, todas condenatorias de tamaña inhumanidad. En medio de todas aquellas, mi curiosidad se centra en averiguar cómo casarían “algunos progres” la coincidencia de criterios con la postura que desde siempre (más de dos milenios) ha mantenido la Iglesia Católica con su clásico “no matarás” sin sentirse acusados de ser abducidos por ella.
Una verdadera esquizofrenia ha debido afectar a algunos.
En tal sentido se comportaba la vicesecretaria del PSOE, Elena Valenciano, al sumase a la campaña internacional con motivo del Día de Acción Mundial por el acceso al aborto seguro y legal, que se celebró el 28 de septiembre. Defendiendo, a través de un vídeo que ha colgado en su cuenta de Facebook, que en su país "el aborto tiene que ser legal y seguro", porque las españolas han peleado mucho para poder decidir libremente sobre su maternidad y no aceptarán nunca más que decidan por ellas "ni los médicos, ni los curas, ni los jueces, ni los ministros".
Y tan solo pocos días después, en el Día Mundial contra la pena de muerte (11 de octubre), la misma Sra. Valenciano manifestaba que "La pena de muerte es una práctica aberrante, contraria a los derechos humanos, que deshumaniza al conjunto de la sociedad donde se aplica y que, por si fuera poco, es inútil a la hora de prevenir o reducir los delitos graves, o de proporcionar justicia a las víctimas", y que en este caso se la compro sin dudarlo.
Si aceptamos la primera de las manifestaciones abogando por el derecho a decidir (para matar – abortar) deberemos concluir que la segunda postura es un puro cinismo.
Algunos podríamos también “comprarle”, su segunda declaración tras un “ligero cambio” que no afecta a lo sustancial de lo que se denuncia (la muerte violenta de un ser humano). Parafraseándola podría quedar así:
"Abortar es una práctica aberrante, contraria a los derechos humanos, que deshumaniza al conjunto de la sociedad donde se aplica y que, por si fuera poco, es inútil a la hora de prevenir o reducir los riesgos graves, o de proporcionar justicia a las víctimas".
Ocurre que los defensores del aborto, para atenuar su componente de “pena” y ocultar su realidad de “muerte”, lo disfrazan con el sinsentido de un slogan, oscuro y mentiroso, como “el derecho a decidir”. Oscuro porque esconde su cara violenta y mortal, y mentiroso por defender que a la mujer le cabe decidir sobre ser, o no ser, madre después de serlo.
Las cosas son como son inevitablemente. La decisión de “terminar a destiempo un embarazo (que no de dejar de ser madre)  pasa necesariamente por matar y extraer al ser que vive en su madre. Eso es la verdad, no es ningún dogma ni artículo de fe. La Iglesia Católica, como cualquier otra persona de bien, lo sabe y se posiciona a favor de su abolición por considerarlo absolutamente inhumano y por las mismas razones que se esgrimen para abolir la pena de muerte.
Para completar la reflexión rescato un artículo del Padre Fernando Pascual, L.C. desde  es.catholic.net  que razona de forma clara y concisa sobre la inhumanidad de la pena de muerte y del aborto.

Pena de muerte y aborto
Quizá parezca un sueño, pero muchos luchan por conseguir una moratoria mundial de la pena de muerte. Grupos políticos, movimientos sociales, personas que pertenecen a distintas religiones, se unen para alcanzar esta meta. Parlamentos de algunos países apoyan el proyecto, y buscan que los organismos internacionales (Unión Europea, Naciones Unidas) asuman un proyecto tan ambicioso.
Quienes han manchado sus manos con asesinatos miserables, merecen ser castigados. Los familiares de las víctimas necesitan un fuerte apoyo humano, moral, económico, jurídico, para afrontar el dolor y los daños producidos por culpa de injusticias criminales.
El estado nunca debe olvidar su misión de defender la justicia, proteger a los inocentes y garantizar indemnizaciones suficientes para las víctimas. A la vez, el culpable merece un castigo adecuado a sus faltas, que le permita recapacitar, arrepentirse, incluso resarcir de algún modo a quienes han sufrido daños directos o indirectos por sus delitos.
Creemos, sin embargo, que ya no haría falta recurrir a la pena de muerte para lograr estos objetivos. Los motivos a favor de la abolición son muchos y de peso. En primer lugar, recordemos que ya existen, en muchos países, cárceles y sistemas judiciales capaces de castigar, aislar y prevenir el crimen.
En segundo lugar, hay que reconocer que la pena de muerte deja de lado un aspecto propio del castigo, que consiste en dar tiempo y ocasiones para la reeducación e, incluso, para la reinserción social de los delincuentes.
En tercer lugar, y aquí entramos en un punto clave, un criminal no pierde nunca su dignidad humana. Su delito ha mostrado su bajeza, su cobardía, su espíritu miserable. Pero ello no le niega su condición profunda de ser humano libre, capaz de arrepentirse, de comenzar una nueva vida, de pedir perdón y de ser perdonado.
Reconocer la dignidad del reo es un punto clave en la lucha contra la pena de muerte. Ningún ser humano puede ser considerado tan miserable como para ser tratado como alguien que no merece vivir. Por eso resulta trágico constatar que exista a veces más interés en proteger a los animales que en trabajar por mejorar las condiciones de salud y de bienestar que merecen los presos. Muchos de ellos viven en cárceles que no facilitan la reinserción social, si es que esos lugares de prisión no llegan a convertirse en centros donde se da todo tipo de injusticia y de perversiones morales.
Es justo, por lo tanto, defender la dignidad y la vida de los asesinos. La pena de muerte no debería ser usada como medio punitivo, ni como sistema para promover la justicia. Existen caminos mucho más eficaces para reparar los daños y para expiar el delito de los malhechores.
Pero luchar contra la pena de muerte, contra la ejecución de personas declaradas culpables, y olvidar que cada año mueren millones de hijos en el seno de sus madres es una injusticia de proporciones planetarias.
¿Por qué existen tantas personas y grupos dedicados a salvar la vida de asesinos mientras, al mismo tiempo, esas mismas personas y grupos se muestran tan indiferentes ante la vida de millones de embriones y fetos inocentes?
Sólo podremos romper el círculo de indiferencia o de complicidad en el tema del aborto cuando tengamos el valor de decir que cada hijo merece justicia, protección, cariño.
La vida de un embrión, de un feto, está en sus momentos iniciales, se abre al futuro, avanza hacia la inserción social. Si tenemos esperanza en que un criminal pueda cambiar de vida e, incluso, pueda convertirse un día en un hombre de bien, ¿por qué no respetar a los millones de seres humanos que tanto bien podrá hacer en el mundo de los adultos si les dejamos nacer?
Será un gran día para la humanidad si se consigue no sólo una moratoria mundial, sino la abolición en todo el mundo de la pena de muerte. Será un día mucho más importante y luminoso el que llegue a ver cómo asociaciones civiles, partidos políticos, intelectuales, medios de comunicación social, empresarios, artistas, parlamentos, gobiernos, organismos internacionales, se unen para proteger la maternidad y defender la vida de los no nacidos.
No se trata de una utopía. Muchos países ya han decidido abolir la pena de muerte. Esperamos que esos mismos países y muchos otros abran los ojos y lleguen a abolir, sin condiciones, el aborto en todas sus formas. Lo cual será posible cuando reconozcan simplemente, sin condiciones, que la vida de cada ser humano, también del no nacido, merece siempre justicia, respeto y, sobre todo, amor.
Padre Fernando Pascual, L.C.
(2007-09-11)

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