jueves, 9 de marzo de 2017

Para entender ''lo que nos esta pasando...''



[Enrique-Montesinos]
Cuento para mayores ‘sin receta’
Catalina está un poco embarazada, casi nada en realidad. Su embarazo es tan pequeñito que casi no es embarazo: es un embarazo a lápiz, en papel borrador, que se va como ha venido. Además tampoco lo sabe seguro, porque la cosa fue ayer mismo.
Catalina tiene 15 años y va a la farmacia con frecuencia. Antes compraba regaliz y “clearasil” para los granos. Hoy comprará un antiácido, que no necesita receta, porque la lógica ansiedad del evento le ha generado un poquito de hiperclorhidria, y pedirá también un antibiótico para un flemón que le había salido. El flemón es casi tan pequeño como su embarazo, pero para éste sí que lleva una receta que le dio el dentista.
Luego pedirá la píldora “porsiacaso”  —así la llama su amiga Loli—,  que vale 20 euros (Loli no, la píldora).  Loli vale mucho más, porque su padre tiene pasta por un tubo y ha comprado varias píldoras (su padre no, Loli), para no tener que ir a la farmacia después de estar con Manolo. A Catalina le parece que “porsiacaso” no es el nombre auténtico del medicamento, pero Nieves, que es una farmacéutica superguay, se lo aclarará.
Catalina está nerviosa pero contenta. Gracias a la nueva píldora será más libre cuando esté con su primo Borja. Además le han explicado en el cole que mientras el embrión no anide te lo puedes quitar, porque es como si no existiera. Y la anidación sólo ocurre unos días más tarde.
Cuando la profe lo dijo en clase, el Richi, que es un bocazas medio tonto, contestó: “Eso es como decir que hasta que el niño no esté en la cuna no es niño y te lo puedes cepillar”. Catalina se mosqueó y dijo: ”¡Que no es lo mismo Richi!; pero ¡qué bruto eres!”. Y todos se rieron porque ya sabían lo de ella y el Borja.
Catalina llega a la farmacia, pero como hay una vieja comprando (lo menos tiene 40 años), pide primero el “almax” para la acidez y el “augmentine” que le ha recetado el dentista. La farmacéutica le trae ambos medicamentos y le pregunta: “¿Quieres algo más, guapa?”.
Como la vieja no se acaba de ir, Catalina aprovecha para pesarse y comprobar que los tres helados que se tomó con los coleguis le han engordado más de lo que se esperaba. Se va la vieja, y entonces dice: “¡Ah!, sí; se me olvidaba. También quiero…, la píldora esa… “pa” después, ¿’mentiendes’…?
Nieves la mira de arriba a abajo y le pregunta si es para después de comer o para después de ponerse ciega de coca-cola con güisqui. Catalina se mosquea y le dice que ya sabe ella de qué está hablando y que tiene derecho a la píldora “comosellame”. Entonces Nieves le responde que en su farmacia no se despachan abortivos, aunque venga la ministra con una pistola; que a lo hecho pecho, y que se lo piensa decir a su padre (al de Nieves no, al de Catalina) para que se entere de lo que hace la niña.
Catalina se marcha con un mosqueo considerable y va en busca de otra farmacia alejada de su casa donde no la conozcan. Al fin la encuentra y le dan la famosa píldora. ¿Sólo una?, pregunta la niña. El boticario se le ríe a la cara y le dice que para qué quiere más. “¿Es que te dedicas a eso? ¿Eres una profesional?”
Catalina se ha tomado la píldora con un vaso de coca-cola “light”. Ella habría preferido una copa de “baylis”, que es dulce como un caramelo y, con un poco de hielo, te pones la mar de contenta, pero es que el alcohol no se lo venden ni con receta.
Por la noche piensa que ya puede estar tranquila; que la cosa no ha tenido importancia, porque además lo más probable es que no estuviera embarazada. Y si lo estaba, era un embarazo muy pequeñito, y el embrión no había tenido tiempo de anidar. O sea que Nieves es una exagerada y seguro que no le dirá nada a papá. Y si se lo dice, que se lo diga. Porque ella tiene sus derechos, que se lo ha oído a una ministra muy mona que hay ahora.
Catalina se mete en la cama. Siempre ha rezado tres avemarías, pero hoy le da cosa y no reza nada.
Apaga la luz y se pone a llorar como cuando era muy pequeña y no podía dormir sola.
          El cuento, que no parece cuento sino una cruda y cotidiana realidad, es una denuncia, en toda regla, de la inversión de valores con que se va infiltrando a nuestros jóvenes, y, a través de ellos, a la sociedad misma. Y, si se lee entre líneas, se ven aflorar sus perniciosas consecuencias.
          Contado, intencionadamente, a base de una eficaz técnica; alternando datos enfrentados   contrapuntos  que obligan al lector, tras recalar en ellos, a ejercer valoraciones reflexivas, las cuales puede ser tan fuertes que le impelan a tomar partido.
          En mi opinión su valor didáctico, a modo de las clásicas fábulas, no resiste el encorsetamiento de esta triste página de un blog.
          Su sitio es sobrevolar a la gente, como una cometa exhibiendo su mensaje, ejerciendo su “catedra”.
          Con su publicación aquí, solo busco lanzarlo al viento, para que, yo mismo y otros, dándole  hilo y más hilo…  muchos que no se creen lo que realmente está pasando, terminen comprendiendo la parábola, e incluso que alguno pueda terminar transmutado en activo constructor de la verdad.
          Te invito, querido lector a darle cuanto hilo te permitan tus redes y contactos, porque su resultado final será la sumatoria de cuantos, juntos, tiremos de este carro.
          ¡Vale la pena!


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Álvaro!
Gracias por el post. Como bién dices "no parece un cuento" solo hay que estar con los ojos abiertos para darse cuenta que es una "historia" triste que convive cerca de nosotras.
Por supuesto que me apunto a pasarlo. Como tu dices a "tirar del carro".
Ana María

Alvaro Domínguez Arranz dijo...

Gusto de verte por aquí, Ana María, implicandote, como dices, en empujar del carro, te deseo ánimo y suerte.

Gracias por tu comentario y por tu disponibilidad.

Un abrazo