jueves, 17 de abril de 2014

Exabrupto o libelo, o las dos cosas a la vez.


La Sra. Dña. María Isabel Núñez Paz, que nos dice ser Profesora titular de Derecho Romano e Integrante del Grupo Deméter “Historia, mujeres y Género”, en la Universidad de Oviedo, figura como autora de una artículo titulado  La reforma de la ley del aborto y las tres trampas del lenguaje  que aparece en Público.es  del pasado domingo día 13.
Confieso que cuesta terminar de leerlo, a pesar de que el atrayente título parece prometer que, por fin, encontraríamos algún porqué razonable a la imparable acometida, por tierra, mar y aire, contra el, hasta ahora, soufflé que es el anteproyecto de reforma de la ley del aborto.
Dudo si calificarlo de libelo o de exabrupto superlativo, o de ambas cosas a la vez. Pero me detendré solo en apostillar lo que considera una primera trampa del lenguaje, por cuanto que desmontar este primer exabrupto, creo que vendrá a ser como “negar la mayor” y por tanto desinflar todo su resto argumental.
La profesora nos dice:
«En cuanto al primer aspecto, ¿qué significa  exactamente el “no nacido”? La elipsis  del sustantivo, continuada a lo largo del texto normativo es otra manifestación de la tergiversación del lenguaje.  Se omite deliberadamente el término persona y se oculta la evidencia de que la protección jurídica no es equiparable en todas las fases del proceso de  gestación.
»No se puede tratar igualmente lo que es desigual, y la amalgama de células que puede  conformar al “concebido” [...]. Incluso la templada sentencia del Tribunal Constitucional, a la que los promotores de la reforma dicen ajustarse, la STC 53/1985 reconocía este hecho elemental y admitía el valor no absoluto de la vida humana. En el proceso gestacional no puede equiparse la vida de las  primeras semanas a la de las últimas  y además es necesario proteger el  derecho a la dignidad de las mujeres, que sí son personas conforme al Código civil.
Es difícil encontrar un partidario del derecho abortar que se pare a pensar en «¿qué significa  exactamente el “no nacido”?» la regla es que acostumbran a ignóralo por sistema, y esa es precisamente su gran tergiversación de la cuestión.
Pero a la profesora le diré que usar mal la gramática es su personal primera tergiversación del lenguaje, porque no cabe preguntarse “qué significa un el... ” si acaso debería inquirirse acerca de “quién es el no-nacido”  y la ciencia  para quien la quiera oír  dice, bien clarito,  que es cualquiera de los humanos en nuestros primeros días, u horas, de vida. ¡Hasta ella fue, una vez, no-nacida!
¿Cómo puede acusarse a los demás de tergiversar las palabras?, cuando a renglón seguido se llega a afirmar que el “concebido” es una amalgama de células. Puede acaso explicarnos, en virtud de qué “obra y magia ”, y/o en qué momento de su vida no-nacida hubimos los demás de tener que considerarla, a ella, como a uno de nosotros los humanos.
Hasta donde llega su sentido de la equidad cuando dice que “no se puede tratar igualmente lo que es (quiero entender “quien es”) desigual ”. ¿Dónde se sustenta esa desigualdad?
¿En la variabilidad de aspecto a lo largo de nuestra existencia?
¿En algún momento puntual del desarrollo de nuestras capacidades cognitivas?
¿Por dónde partimos para justificar un “apartheid” respecto al “todos somos iguales ante la ley”?
¡Dígame!, si puede, en qué punto se reconoce una desigual valía de las vidas de madre y nasciturus, en la STC 53/1985... de la que le traigo un párrafo a efectos de refrescarle la memoria y para ilustración del lector (los resaltados de color son míos):

 
«... Se trata de graves conflictos de características singulares, que no pueden contemplarse tan solo desde la perspectiva de los derechos de la mujer o desde la protección de la vida del nasciturus. Ni esta puede prevalecer incondicionalmente frente a aquellos, ni los derechos de la mujer pueden tener primacía absoluta sobre la vida del nasciturus, dado que dicha prevalencia supone la desaparición, en todo caso, de un bien no solo constitucionalmente protegido, sino que encarna un valor central del ordenamiento constitucional. Por ello, en la medida en que no puede afirmarse de ninguno de ellos su carácter absoluto, el intérprete constitucional se ve obligado a ponderar los bienes y derechos en función del supuesto planteado, tratando de armonizarlos si ello es posible o, en caso contrario, precisando las condiciones y requisitos en que podría admitirse la prevalencia de uno de ellos. [...]» 

Manejar el término filosófico de “persona” obviando el biológico de “ser humano” es una burda tergiversación rayana en la mendacidad, pues trata de hacerle olvidar al oyente que ambos conceptos son inseparables, que la dignidad personal no es “algo” otorgado, que por ser persona el “ser humano” es sujeto de derechos humanos.
Busca, a continuación, la profesora una contradicción en base a la que tumbar la coherencia de defender la vida del concebido:
»La  desaforada pretensión protectora del “concebido” por parte de quienes legislan choca de bruces con la desprotección del mismo “niño concebido” en el caso de la violación.  Si la amalgama de células merece un derecho absoluto ¿por qué dejamos de protegerla en supuesto de violación? ¿No será que este supuesto evidencia la naturaleza desigual de ambos tipos de vida, la del concebido no nacido y la de la mujer embarazada? ¿Cuándo se considera que la mujer debe ser protegida? ¿Sólo cuando es violada? Si el argumento es el absoluto derecho a la vida de esa inicial amalgama de células, debería defenderse también cuando la mujer ha sido violada.
Ahora, cabría de tachar de “farisaica” la postura de la profesora, al pretender utilizar el argumento del concebido fruto de una violación para poner en evidencia contradicción en defender la vida del concebido en el anteproyecto de ley. ¿Cómo calificar, si no, a quien persiste en considerar “amalgama de células” sin derechos a seres humanos apenas concebidos?
Si, se trata efectivamente una contradicción en la apreciación del valor de toda vida humana, pero sin equivocar el tiro, porque lo justo, lo humano, lo ético es considerar toda vida humana digna de protección, independientemente de las circunstancias que rodearon o condicionaron su venida a la existencia. Lo sustancial es que “existe” y eso obliga a tomar postura a su favor.
Sigue la profesora lamentándose de que:
 »Libramos en nuestros días una agotadora lucha defensiva ante una nueva acometida del patriarcado mutante que vuelve a ejercer violencia sobre las mujeres violentando además las palabras, acaso para satisfacer a posiciones ultra conservadoras y al sector más reaccionario de la Iglesia católica. [...]»
Aquí es donde aparece el siempre recurrente libelo de utilizar a la Iglesia Católica como argumentario descalificador contra los defensores de la vida. Tergiversando la secuencia de los hechos. La vida no es defendible en razón de que lo diga (desde siempre) la Iglesia Católica; lo cierto y verdad es, por contra, que la Iglesia Católica la defiende porque es justo y debido el hacerlo.
Terminamos lamentando seguir sin encontrar argumentos que nos permitan acercarnos a comprender en alguna, si quiera mínima, medida a los defensores del aborto. Invito al lector a repasar la entrada del 25 de febrero que titulaba Algunos encuentran sus ‘referentes’ veintiocho siglos atrás, ¿Cabe mayor regreso a la barbarie? desde donde puede servirse de muchos argumentos que pueden ser perfectamente válidos para enjuiciar el artículo que nos viene ocupando.
 

Glosario (definiciones tomadas del Diccionario de la lengua española)
Exabrupto. (De ex abrupto). 1. m. Salida de tono, como dicho o ademán inconveniente e inesperado, manifestado con viveza.
Farisaico, ca. (Del lat. pharisaĭcus). 1. adj. Propio o característico de los fariseos. 2. adj. hipócrita.
Libelo. (Del lat. libellus, librillo, escrito breve). 1. m. Escrito en que se denigra o infama a alguien o algo.
Mendacidad. (Del lat. mendacĭtas, -ātis). 1. f. Hábito o costumbre de mentir.
Persona. (Del lat. persōna, máscara de actor, personaje teatral, este del etrusco phersu, y este del gr. πρόσωπον). 1. f. Individuo de la especie humana.
Tergiversar. (Del lat. tergiversāre). 1. tr. Dar una interpretación forzada o errónea a palabras o acontecimientos. 2. tr. Trastrocar, trabucar.

 

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