domingo, 24 de febrero de 2013

Del arte de decir,  aunque sin decir, pero pareciendo decir,…
Escribo a propósito de un artículo leído en la prensa, donde como siempre parecen estar escritos para servir carnaza y seguir existiendo, o de otro modo no puedo entenderlo.
Titulan a grandes letras “Los obispos alemanes autorizan la píldora del día después para violaciones”; seguidamente y ya en el subtítulo rebajan el listón a “Los hospitales católicos garantizarán el cuidado médico y emocional a las víctimas” y, solo para los más curiosos y atrevidos que se decidan a leer el artículo, dejan la aclaración final en donde, entrecomillando las propias palabras de Presidente de la Conferencia Episcopal alemana el arzobispo Robert Zollitsch, citan «Esto puede incluir medicación como la píldora del día después siempre que ésta tenga un efecto profiláctico y no abortivo».
El periódico del que parte la motivación de este escrito, no es precisamente un destacado “anticlerical” pero lo escrito “escrito queda” y el daño causado ¿quién lo remedia? Dejo a la imaginación (o a su curiosidad por averiguarlo) del querido lector adivinar como “atronaban” los otros medios que si rivalizan en su acoso a la Jerarquía.

Recomiendo la lectura del artículo “Algunas consideraciones teológico-morales en casos de violación” de monseñor Juan Antonio Reig Pla que me parece apropiado para “recentrar” el tema.
Y unas consideraciones personales para terminar.
Un acto de violación es un siniestro, atroz y cruel acto de violencia que no admite paliativo alguno, pero en nada ayuda a la victima el responder con más violencia induciéndola a “liquidar” un posible concebido a consecuencia de la agresión.
Nada ayuda porque la agresión no va dirigida a buscar una concepción. Se trata en realidad de una agresión brutal en la dignidad, al honor, a la integridad física y psicológica de la mujer, a la totalidad de su ser. Una “humillación” de tal calibre no se sustancia con un abortivo y un “quede con Dios hermana”; porque, nunca más que en estos casos, resulta mentira lo de que “muerto el perro se acabó la rabia”, y eso porque en muchas ocasiones no hay perro pero si mucha rabia.
Nada ayuda, porque si se asume que el aborto es una justa respuesta ante la violación quedan minusvaloradas las otras tremendas heridas producidas a la víctima en todo lo profundo de su ser. ¿Y si no ha ocurrido un embarazo? ¿A dónde nos agarramos entonces? ¿Cómo reparar a la víctima?
Desde hace más de una década sabemos de los devastadores efectos del síndrome postaborto que sufren un buen porcentaje de las mujeres que abortan, especialmente las que se ven forzadas —de una u otra forma— a ello. ¿Es razonable exponer a la víctima de violación a un riesgo casi tan dañino para su integridad como el que se quiere subsanar? Pienso que no, que la sociedad y, en su nombre, los gobiernos deben centrarse en la asistencia de todo tipo a la mujer violada; aportando ayudas psicológicas, médicas e incluso cualquier otro apoyo, material o económico, que en cada situación se precise.
La criatura que pudiera haberse concebido en una situación tan dramática, es, quiérase o no, para la mujer, también “sangre de su sangre” (además de inocente e indefensa); en mi opinión nadie debiera imponer (ni sugerir) a una madre atormentada por su dolor, la sola idea de que “busque un alivio en deshacerse de su hijo”, me parece que es cruel y que es mendaz.
A mí me parece que en pleno siglo XXI nadie puede seguir pensando en que el sacrificio de “víctimas propiciatorias” resuelve o repara algún problema u daño. Y... ¿Qué es, si no, la defensa de la licitud del aborto en los casos de violación?

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